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Una bolsa de canicas, película del 2017 |
Aquellas hileras de árboles, inclinándose los unos sobre los otros, formaban una "capilla sixtina" en la naturaleza. Un día, aparecieron las máquinas y los cortaron. También unas cuantas moreras que había muy cerca con cuyas hojas se alimentaban los gusanos de seda. Y una docena de nogales. Todos fueron talados desde los despachos. Y no se les ocurrió diseñar un plan de reforestación: reemplazar, reponer… ¡Plantar! Me encanta ese verbo. Es un verbo inteligente. Y además pronominal. Dentro de él hay principios, valores… Plantar es como amar, o como leer. Encima de un árbol está la sabiduría y debajo la comprensión. La memoria es un árbol, con sus raíces.
Por eso me gustaría
dibujar otro mundo, el que siento, el que me tiene atrapado en esta silla,
mientras recibo destellos de la vida, briznas, trazos de luz…, pequeñas cosas
que van llegando…, aire y verdad, que todavía respiro, palabras minúsculas, más
que suficientes para ir tirando, sin que haga falta preguntar.
Hay muchas noches en
las que la luna es azul. Ya han empezado a vendimiar. En otros tiempos,
vendimiar era otra religión. Por las calles se pasea ese olor característico
del mosto cuando fermenta. La fragancia de siempre. Los enólogos se curan el
alma en cuanto consiguen el caldo con el que soñaron. La vendimia es la
esperanza de aquellas familias que viven de la agricultura. El trajín es
constante. Las moscas han invadido el remolque de Alonso, atraídas por la pulpa
de la uva. Los hierros están dulces y pringosos.
Hace calor. El viento
de Levante, al atardecer, suele traer otra música y enfría el ambiente de la
chicharra del mediodía. Se oye el motor del tractor. Antaño las mulas y los
carros. Lenguajes distintos en el tiempo. Alonso arrastra unas espuertas de
goma como si, con ello, arrastrara la historia: el sudor de todas las
generaciones, con la camiseta rota, y un montón de cuerdas con las que va
atando los bloques o quizás atando la vida, y la tierra, aferrándose a esas
cepas de donde salen los sarmientos y las uvas, que durante estos días brillan
entre las verdes hojas de las cepas.
Entra el morapio y sale la prosa, que pasa del pasado al futuro. Venir del pasado es como venir de un color. Me gustan esos personajes que están detenidos en alguna esquina o al final de la barra de un bar, o sentados en un banco, solos, mirando sin mirar, en silencio, marginados por la sociedad…, donde hay tanto drama como ternura. Me gusta acercarme a ellos con respeto para entenderlos mejor. Entonces, se hace la luz. Es muy parecido al cine: se apagan las luces y comienza la película. Hoy, en el Auditorio, echan “Una bolsa de canicas”, un filme del 2017, que trata de esos temas eternos como la pérdida de la inocencia, la traición, el miedo, la culpa…, y la supervivencia. El cine, a menudo, sirve para olvidar, pero sobre todo para aprender que no podemos dejar solos a quienes intentan cambiar el mundo.
1 Comentarios
Muy bien
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