LOS UNOS Y LOS OTROS SOMOS TODOS.






El caracol de caballlo. Atlántico sur. 


La propaganda de masas y la ética de la perversión nos han convertido en máscaras. Somos daguerrotipos de dominio público, los mismos que destruyeron las vanguardias y el cubismo. Por eso el individuo anda tan desdibujado y ya no es un fin en sí mismo. Somos un cartel, un eslogan. Tuvimos que esperar a que viniera Francis Bacon para que desentrañara al ser humano y le hiciera recuperar su dignidad. Y para eso tuvo que desnudarlo, porque ése y no otro es el verdadero lienzo psicológico: el hombre a solas con sus sentimientos, con sus ideas, con todo…
Necesitamos una antorcha que ilumine lo desconocido. La calle no puede ser un laboratorio donde se desprecia al diferente. Hay que señalar esas manos invisibles que se burlan de multitud de personas que han tenido que esconderse en el lado oculto de la luna, cuando deberían ser aceptadas sin reserva alguna, que es lo que en realidad nos define. La ciudad tiene que oler a libertad.

No quiero pensar lo que hubiera sido del ornitorrinco si viviera en uno de esos 67 países en los que está penada la homosexualidad. Lo hubieran aniquilado por "queer" (raro), por tener la cabeza de pato, las patas de nutria, la cola de castor..., porque pone huevos y por ser mamífero. Vive entre el este de Australia y la isla de Tasmania. Es el emblema de Nueva Gales del Sur. Y por si preguntan los necios, decirles que este animal no es la obra de ningún taxidermista.

Si, como afirmara Luis Cernuda en la “Realidad y el Deseo”, concretamente en esa parte titulada “Donde habite el olvido”, el amor lo inventaron los erizos, siguiendo esta línea, podríamos asegurar que la diversidad es obra del ornitorrinco.

El retablo de la realidad todavía sigue cubierto de sombras. Nadie tiene que vivir triste y asustado, temeroso de leer en público su testamento íntimo. La sociedad tiene que arropar al diferente con su música y sus palabras, y con sus leyes. En ese momento, dentro de nosotros, escucharemos el sonido de la caracola, que, también es otra "rara", con un organismo tan especializado y diverso, y por ello está bastante acostumbrada a librar batallas de aceptación, debido a su físico. La caracola es valiente, sigue enamorada del mar y está siempre atenta al último sonido, ese que nos llama a todos por igual. Es ese preciso momento en el que el barco se hace a la mar, tras el que acuden las sirenas, mitológicas y extrañas, esas doncellas de las aguas que nos acompañarán en la leyenda intentando que ningún personaje quede olvidado por las distintas generaciones y por el paso del tiempo, para que, cuando se levante el telón, estemos sobre el escenario y salgamos todos juntos a saludar. Y ahí, de pie, sobre las tablas de la vida, en ese instante tan maravilloso, llegar a comprender, por fin, que, cuando nos encontramos a nosotros mismos, encontramos también a los demás.


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