EL VÉRTIGO DE LOS DÍAS


           

                                    

¡Cuántos encajes de bolillos hace uno en la vida evitando la soledad! Como si fuese una  amenaza, huyo de su sombra desesperadamente y, antes de tirar la toalla,  me agarro a cualquier entelequia o a una ilusión que me ayude a continuar, tras  secarme el sudor, las lágrimas y la derrota. No puedo quedarme detenido en mitad de la vida por miedo a lo que pueda pasar, o por miedo al fracaso, que viene a ser un campo de batalla donde uno se pulsa, y mide sus fuerzas, y va viendo el número de intentos que le quedan, y cuán grande es la necesidad de tapar una ausencia, un hueco, éste, el otro, porque cada ausencia es como la boca de un volcán, que, abierta de par en par, si no la cubres con otra imagen, con otro cuerpo..., esa compañía psicológica…, te engulle para siempre.

Soy de los que sigue creyendo que lo femenino es ese pájaro que abre sus alas cada mañana para echar a volar, entre el deseo y la admiración, y ese instante no quiero perdérmelo por nada del mundo, al precio que sea. Soy una acequia que busca el mar abierto aunque para ello tenga que serpentear entre matorrales, juncos y cañas, esquivando desagües y ratas y lombrices, y carroña humana. Es una cuestión de vida o muerte. La vida no puede ser un dique seco, por mucho que el mundo venga al revés. A un hombre como yo no le queda otra opción que la insistencia, perseverar, hasta que quede roto o enterrado. La vida hay que escribirla a diario. Y se hace más fácil cuando hay una ilusión, aunque ese delirio corra el riesgo de perderse entre las nebulosas de la memoria. O vives con un cuento diario o te emborrachas de desesperación, a solas. Necesitamos una canción, nada, cuatro notas, y tararearla a todas horas, e improvisar, porque si no improvisas sale mucho aire y poca música. Luego, con un poquito de salero, la cosa es más fácil de digerir, porque hasta quienes te escuchan reconocen que en esos momentos tú estás rozando la gloria, porque te estás enfrentando a los miedos del hombre con una chuminada, naaa…, cuatro notas, pero con mucho arte… O con muchas ganas de vivir, que es algo muy parecido. Y ese espíritu hace que el mundo se ponga en pie a diario y parezca que está vivo. Y al mismo tiempo conseguimos que se animen también los pajarillos y toda la fauna, y que comience el movimiento, que salpica también a la flora, porque la flora no son cuatro hierbajos muertos, ni mucho menos. La flora es la naturaleza golfa pero con retardo. El lirismo trae acción, mucha acción, con la que cada día interpretamos un entremés o un sainete, cuando no una comedia. Las tragedias las dejamos para los lunes, que son los días en los que se ve discurrir la sangre calle abajo. La sangre como símbolo de toda regeneración. Pero el martes ya está todo limpio y la función en marcha. Y estas y otras vainas son las explicaciones, o las justificaciones que se me ocurren para disculpar a ese ego que tengo tan caprichoso. No estoy hablando de irme a una residencia de mayores; estoy hablando de desarrollar un sentimiento, donde igual se te cae una palabra que un beso, o improvisas un abrazo largo y profundo, y también un poco de sexo, porque el sexo permanece más allá de la muerte. De ahí que los muertos leviten cuando piensan en él. Estamos hablando del amor sin otro juramento que la sangre que corre por las venas, ese amor maduro, húmedo y sin espadas, sin esa lucha propia del tiempo, de la conquista. No se trata de luchar, sino de soldarse a otro cuerpo, a otro misterio, para caminar a su lado y sentir el vértigo de los días, de la verdad, de las cosas más simples. En esas estoy.








 


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