Llevo ya un buen rato solo. Hace ya más de una hora que se marchó Jaime. Cuando pienso en este muchacho de veinte años que ahora vive conmigo, sin pretenderlo, me vienen a la memoria unas cuantas imágenes de otros tiempos, tras mi vena cinéfila. Una de esas historias con el típico señor que ha emergido de su propio fracaso y el chico joven que está en un lugar equivocado de la historia. Y, de pronto, la vida los enfrenta y los une para siempre.
Corría el año 1995 cuando Marcelo Piñeyro se ponía tras la cámara para dirigir su segunda película, “Caballos salvajes”, una bella historia de amistad entre un muchacho lleno de nobleza y un viejo que entra en una sucursal bancaria con la única intención de que el banco le devuelva lo que le ha estado robando. El joven no es otro que un oficial de créditos bancarios. Digamos que, en aquellos momentos, se trataba de un yuppie y un anarquista, por concretar. Como resultado, una historia de dos indomables. Y es ahí donde empieza la leyenda, que, por cierto, tiene bastante de metáfora, sobre todo cuando el joven aprende que la libertad es un don que suele regalarnos la vida. Lejos de querer buscar cualquier similitud con la trama, sin embargo, una y otra vez veo en esa historia algunas líneas tangentes con nuestra vida diaria, la de Jaime y la mía propia, salvando las distancias.
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Caballos salvajes. |
Sí, sí…, ya sé que, pensar que pueda haber una sola tangente, no es más que un disparate, pero confieso que me haría una gran ilusión si así fuera y me llenaría de emoción si, en nuestro caminar diario, lográsemos pisar una sola línea de ese maravilloso cine. Vamos, lo que se dice tocar simplemente con la punta de los dedos una de esas imágenes en el camino hacia la verdad. Sería algo tan hermoso... Personalmente, sería lo único que me haría volver a creer en el ser humano, que me haría soñar y, en definitiva, que me llevaría a pensar que ese viejo de la película también soy yo, aunque no atraque bancos. Y que Jaime, mi compañero de piso, es el ejecutivo financiero, el muchacho harto de ser el intermediario entre los clientes y su empresa, la cual estafa a los ciudadanos. Similitudes, no por la praxis o el argumento, exactamente, pero sí por el ideario. Y saber que uno necesita al otro, que nos necesitamos para atravesar las avenidas y transitar por las calles, acortando las distancias…y cruzar más allá de “los bajos fondos”, que diría Gorki.
Nadie cambia de la noche a la mañana, pero es suficiente con que ambos seamos unos idealistas, un par de rebeldes, con toda la dificultad que tiene convertirse en unos insurgentes en este mundo lleno de cinismo y de perversidad.
Aquella película…, todavía huele a verdad, a un código de honor entre dos criaturas que pueblan la tierra, por mucho que le joda a la corrupción del sistema y a las instituciones que lo sostienen. Huele a ética y a Eastmancolor, a indignación, a algo que ya no se lleva, que se ha pasado de moda, ya que los ciudadanos no se indignan como antes, y la vida les parece una novela rosa contada por negreros que la edulcoran para presentarla a los premios literarios, tan insultantes. Me sigue pareciendo una historia fresca y que rezuma fuerza por todos los ángulos, y que trae bajo el brazo la energía necesaria para la victoria.
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Ana Cecilia Dopazo y Héctor Alterio en Caballos Salvajes. |
Me ha invadido la nostalgia y, sin querer, me he inventado mi película, llena de sueños, de utopías, de unos fotogramas impregnados de valentía y de dignidad, que es la única respuesta en la que confío. Sentado aquí, a solas, uno puede llegar a emocionarse con unas cuantas imágenes, tan poderosas. Llevado por esa inercia, he pasado de ser un bufón a un anarquista. Suele ser el proceso. Uno no empieza de guerrillero directamente.
Sigo con mis pensamientos, mientras me tomo el segundo café de la mañana. La vida ha madurado y se ha convertido, casi toda ella, en un espectáculo. Se cobra por cada movimiento, excepto los miércoles, que el cine es más barato, al que mucha gente no puede acudir porque está trabajando y disfrutar de esa felicidad cada semana. Se conforman con ver los estrenos en el “20 minutos”, camuflados entre la publicidad, porque nada es gratis, nada se regala, no vayamos a pensar qué… Cada “flyer” piensa por sí mismo. Tiene vida propia. Por eso los regalan y los dejan que actúen solos. Vivimos una época en la que las cosas innecesarias las hemos hecho necesarias. Y con las otras, con las cosas que son imprescindibles para sobrevivir, las clases influyentes se han enriquecido a nuestra costa. Y aunque ahora estoy sentado, sé que no me posaré sobre el miedo, como un pájaro indefenso; que no dormiré ni una sola noche sobre esa palabra; y que, a la mañana siguiente, no me levantaré temeroso, invadido por la zozobra, y andando de puntillas por los ladrillos de la habitación, o por la vida. El miedo no me va arrancar de la tierra como si fuera una raíz podrida.
1 Comentarios
Muy bien
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