CALLE MELANCOLÍA


                                

Calle Melancolía 

 

 En estos tiempos la mente se vacía muy rápido y hay que llenarla a diario, aunque sea de música, antes de que se inunde con cualquier catástrofe. La música se sube por el lado oscuro del corazón y hace temblar a la cadenita de oro que cuelga del cuello.  Muchas veces sirve para sacar los trapos sucios, reflejados en la cara pálida de la vida, tan pequeña como se nos va quedando.

El humo de los cigarrillos era el hilo dramático que venía a contar muchas historias, en tanto que una antorcha iluminaba lo desconocido. Con los primeros rayos del sol, aparece ese encanto de seda cuando los rayos chocan contra los edificios.  Las calles son paraísos donde se escuchan las voces cálidas de los vecinos, mientras huele a café.  Los quioscos apilan los periódicos de la mañana cubiertos de plásticos y sujetados por  unas cuantas pinzas, por si caen unas gotas. El día está turbio. Con el agua de la ducha y el jabón, tiramos por el desagüe las escamas de la noche y aparece la elegancia, el cuerpo, fresco y  rotundo, preparado para desayunar.


Lavapiés. Calle Melancolía, nº 7


Ahora mismo, la encargada de redactar la actualidad es la lluvia, que mece los sueños en una balada. De nuevo la música. Es lo que tiene la lluvia. La naturaleza trae añoranzas, que hacen que las palabras choquen entre sí y que el mundo se abra para que comience el juego de cada día, que a veces suele venir un poco dramático,  y que además palpiten las cosas, antes de ponerse a pulir al individuo, algo que requiere su liturgia.

En el interior, la pereza. Fuera,  las prisas. La ciudad a estas horas se convierte en un tesoro de luces y sombras  que se reflejan sobre el granito, mientras por las ventanas palaciegas y de los museos entran unos tenues brillos que iluminan el marfil o el mármol de las grandes canteras de entonces,  época de princesas rubias, como la infanta Margarita, y de príncipes valientes y románticos, como el de la ópera Don Carlo, de Verdi. Páginas por donde la ignorancia y la estética se mezclan por igual, sin estorbarse la una a la otra. No así en las tertulias, donde acudía la intelectualidad y la sabiduría, ya fuera en salones mundanos o en los cafés literarios, que acogían a la bohemia local, entre dramaturgos, literatos, eruditos, poetas, periodistas, pintores, y toreros, reuniones a las que a veces acudía un publico selecto y otras no tanto. Madrid le dio voz a todos, porque de siempre fue una ciudad fascinada por la palabra. Una capital que a diario se quita la máscara para mostrarnos la verdadera atmósfera y ese trajín diario, con sus éxitos y sus fracasos, que hace más visible a los obreros, que muchas veces pasan de puntillas, porque vale dinero hasta poner los pies en el suelo. Madrid está carísimo. Y hay momentos para la desesperación, algo que no se transmite por las cadenas de televisión, que son las ventanas por donde hablan los que tienen la sartén por el mango y que se pasan el día vendiendo humo. Y en ese hervidero es donde descubrimos la realidad, que sigue manga por hombro, una realidad cogida con alfileres o tirada por los suelos:  que si los convenios, los acuerdos bilaterales, la subida de salarios… Son tantas las necesidades… “Mire usté.., es que tengo a los niños temblando de frío…”, dice el parroquiano de Arganzuela. Momentos en los que la prosa da un puñetazo en la mesa, saca toda la ironía y traza un grito en la hoja en blanco para recordarle a esa patulea que gobierna que la clase trabajadora luchará por su dignidad hasta quedarse desnuda ante la luna.


La Mandrágora en La Cava Baja

Cada día es un minué de  figuras que danzan y protestan contra “los de arriba”. Hace años, aquella imagen a vuelo de pájaro desde las azoteas impresionó al mundo.  Después, la "cosa" se desvaneció, sin que se llegaran a saber las verdaderas causas. Con las encuestas, se elaboró una tortilla española. Y vinieron los nuevos tiempos y las nuevas crónicas. Puro teatro. El caso era tener a la gente entretenida. Incluso las lanzas de los cuadros se cayeron al suelo. En esas condiciones, regresó de calma, tan propicia para los negocios. Los pájaros, pajaritos y pajarracos,  reanudaron el vuelo, Y con ello, se puso de moda  ese tipo  de vida que suele arder en la hoguera de las vanidades, entre el chotis y Sabina, en la  calle Melancolía, con ese deje  dylanita  del cantautor de Úbeda, la  mirada urbana  de un chico de provincias que se bajó en Atocha y se fue a un bar minúsculo que había en un sótano de La Cava Baja, La Mandrágora, en La Latina, cuando corrían los años  ochenta y el golpe de Tejero había pasado de largo. Memorias de lo viejo que hoy trascienden hasta el papel. “Vivo en el número siete, calle  Melancolía…Ni tan joven ni tan viejo….”., del álbum Malas compañías, de 1980.


Princesa Margarita. Diego Velázquez


Ribera de Curtidores, El Rastro, Lavapiés…, donde los libretistas cargan el tintero cada mañana para mojar la pluma, el barrio multicultural  en el que conviven más de 88 comunidades distintas, desde un barbero marroquí a un tendero chino, un restaurante bengalí, otro paquistaní… Un laberinto de calles que se abre hasta la muralla. Más que un barrio, aquello parece un parque temático. De la tienda galdosiana a El Molino Rojo, en la calle Tribulete, 16, donde se daba cita el artisteo nacional, de Estrellita Castro a Lola Flores, pasando por la Chunga. Refugio de emigrantes en el que fluyen las ideas, la cultura y la libertad. Y las noticias frescas, de buena mañana. Suena la zarzuela El Barberillo de Lavapiés, que musicó Barbieri. Una historia de amor entre Paloma y Lamparilla, con la fuerza de la época, entre lo clásico y lo popular, lleno hasta el anfiteatro, mientras no muy lejos 4500 cigarreras liaban tabaco en la Fábrica de Tabacos, mujeres valientes, pioneras del movimiento obrero, vidas silenciadas, menos en el folclore, como en Carmen, de Bizet. Historias. La vida son muchas historias. Y hoy es jueves, el día de la semana en el que antaño salían las muchachas domésticas o del hogar y los militares. Hoy salen cuatro nocherniegos y los turistas. Es lo que tienen estos tiempos tan cambiaos...  

 

Mujeres trabajadoras. Tabacalera. Madrid 1936


 



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