El DÍA A DÍA SE DERRITE ENTRE LAS MANOS



Azufre
    

                                                        
Venimos de un trazo que, poco a poco, se va borrando. Venimos del siglo pasado, entrando en la modernidad decadente, donde sólo constan los números, la rentabilidad de las cosas o de la vida. Se busca lo concreto, sin saber que lo infinito cabe en la palma de la mano o en un hueco de la memoria.
El hombre vuelve a estar enfadado y se empeña en desenterrar lo que ya enterraron las piedras y la historia. Las noticias traen tiempos de azufre y una luz incierta. El pulso es entre cuatro viejos llenos de soberbia para imponer un orden mundial. Pero ellos no van a la guerra. Se quedan en casa, como todo cobarde. Tienen la boca grande y sucia, de donde les sale una oratoria flamígera. Son una docena de necios que están sentados en el poder jugando con la humanidad como si fuera carne picada.


Lechuga de Batavia




La lechuga con miel entra sola, como entra el amor cuando viene, tras la lluvia. Cernuda escribió un día que el amor lo habían inventado los erizos. Pero no es lo mismo amar que estar pendiente de una señora que me tiene en ascuas. Y además me exige que me declare de rodillas y con un diamante en la mano, como en las películas norteamericanas, tan cursis. Son tantos los requisitos por una dosis de sexo…, o de amor… Estoy pensando si convertirme en un erizo… Tiene más trámites la señora en cuestión que la muerte, porque, según tengo entendido, te exigen un montón de papeles para entrar en el cielo, con lo calentito que se está en el infierno. Y además ahí están todos los golfos del mundo… Creo que les voy a dar esquinazo a las dos: a la señora con la cabeza bien amueblada y a la muerte.




Mercedes 240 D




Decir esto y me ha rebasado un Mercedes 240 D, el símbolo de la decadencia y de lo cutre, del que se baja un señor paleto que ha hecho dinero con sus fechorías y sus inversiones, que no le ha dado tiempo a quitarse la caspa de los hombros…, maleducado, fascista, católico de postín, el gesto de postal, el peluquín tintado, la dentadura a trozos, maloliente, putrefacta…, que va a todos los sitios con su coche (la carta de presentación), ese oscuro objeto del deseo, símbolo de un tipo de riqueza, de cuando este señor, siendo muchacho, emigró a Alemania, donde su jefe, ya por aquel entonces, tenía unos cuantos coches Mercedes, modelos diferentes, y cuyo objetivo, en cuanto regresara a España, no sería otro que tener uno de aquellos modelos, aunque fuera lejos de la ley y echando mano de cuantas artimañas hicieran falta, y convertirse, por fin, en un temido talibán, de mente reducida, imbuido por el verbo tener (tengo/tango), sin más vocabulario que el dinero y las miserias. El coche, la voiture, el carro, la macchina…, ídolos del bienestar y de las peores pesadillas, de donde se bajan algunos impresentables, y sobre todo desciende el “homo stupidus” del Juan de Mairena de don Antonio Machado, huyendo de sí mismo.

Publicar un comentario

0 Comentarios