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Oda a la alegría |
Una
niña que se llamaba Irene me dijo que
las nubes eran los juguetes del cielo. Don Mario, el maestro, veía en ellas a
Velázquez. Y Juanillo, que tocaba el trombón de varas en la banda de música,
cuando las miraba, levantaba los brazos hacia las alturas porque, en esos
momentos, creía escuchar a Beethoven, la Oda a la Alegría, ese trozo del cuarto movimiento, tan
magnífico, que fue el fetiche de Occidente.
Mirando las nubes, el corazón descansa, como le gustaba decir a Lorca. Y uno se olvida “de esto y de aquello”, del ruido diario. Muchas tardes, las nubes se ponen de acuerdo y empiezan a aparecer por el horizonte, haciéndole al cielo un vestido blanco, entre la pomposidad y el algodón, pero con glamour, sobre todo cuando aparece Evita Perón, que, según Christian Dior, “fue a la única reina que llegó a vestir”. Corrían tiempos en los que los líderes, clavándose mil agujas en la garganta, le hablaban desde los balcones al pueblo, que los convertía en mitos. Es lo que pasó con Evita, que era ambiciosa y les hablaba a los descamisados, a los pibes, convirtiéndose en una cenicienta, con sus pinceladas descarnadas y su boquita pintada, como titulara Manuel Puig. Podía haber sido hasta montonera, pero se quedó en la mujer del coronel Juan Domingo Perón, la primera dama del país a la que su modisto particular y amigo le dijo al oído: ꟷ“En este país tan despiadado es lo mismo ser puto, ser pobre, que ser Eva Perón". Las nubes son el sueño del cielo; y aquella diosa fue el sueño de una patria
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Boquitas pintadas. Manuel Puig |
Venir del pasado es como venir de un color. Los colores pueden significar lo que uno quiera; las palabras, no. Como decía Píndaro: “El hombre es el sueño de una sombra”. La ceniza del cigarro también es otra sombra. Y los trenes cuando pasan. Y el número 13. Y el tiempo, que, cuando nos cae encima, nos deja su sombra. Las cosas fueron... “La vida es una farsa que se desenvuelve con la ayuda de todos” (Rimbaud, dixit).
Paso la mano y quito el polvo, que es lo
único que ha quedado. La mano, al pasar por algunas superficies, se tiñe del
color de la derrota. No supimos luchar por aquello que inspiraba verdad. Por
eso hoy viernes me gustaría dibujar otro mundo, repleto de pequeñas cosas, con
palabras minúsculas, y con sentimientos que se escapan por los poros de la
piel. Y tomar aire para que no me tiemble la mano. Miro a mi alrededor y nada
está en su sitio.
El
recuerdo de un abrazo, le arranca una sonrisa a la vida, esta mañana. Y, de
paso, le arranca a la rutina algo de duende. Y sale la prosa, porque no puedo
guardarme la tierra en los bolsillos, ni los recuerdos, ni las palabras de
entonces. La memoria me ayuda a vivir.
Vivir
o renacer, esa es la cuestión, querido Watson. Y ante la disyuntiva, optamos por convertirnos en faraones en nuestras propias casas, estirando el
tiempo, pero sin nada que hacer o por lo que luchar, o ser capaces de ir hasta nuestra juventud y jugar a cualquier cosa, incluso jugar
a equivocarnos, que no está nada mal. Pero no. “No” viene a definir el presente feliz
en el que vivimos consumiendo series y
televisión, la misma que nos pone la merienda en la parrilla para que la vayamos rumiando tranquilamente.
Como dijo Spielberg “la pantalla es un pesebre para aburridos”. El ser humano es muy de series: radiofónicas,
televisivas…, más las del barrio. Se han hecho series hasta con las creencias.
Luego las representan en las procesiones.
Hay que sacar del armario la sensatez y dejar en reposo el traje Príncipe de Gales, no vaya a ser que explote por los aires, dado que aquí abajo la estamos pisando como se pisa una servilleta de papel. No podemos pasarnos la vida en un rincón a la sombra matando el tiempo. Me viene a la memoria Cernuda: ꟷ”Apresemos el tiempo, antes que el tiempo venga a dormir en nuestros brazos”.
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Ciudad de Savannah, Georgia, donde se rodó el filme "Medianoche en el jardín del bien y del mal" |
El
tiempo y la vida en un viernes de minué, de ir a la peluquería para que nuestra
cabellera no parezca esa “arboleda perdida”, nosotros y las señoras también, ellos
y ellas, del gris marengo de las canas al caoba, coaccionando al color para que
nos convierta en otros, en el modelo visible que representa la belleza, el
otoño y las hojas muertas, Jacques
Prèvert y un juego de colores magnífico, irresistible, “el jardín de la
medianoche entre el bien y el mal”, moldeándonos para que posemos
con distinción en las reuniones, que son los escaparates de la vida, la
presencia humana en los eventos, en esas tardes de champaña, vodka y marisco, con
el cuerpo apoyado en un taburete, caído como
una rama hacia un lado, exhibiendo la magnificencia de la creación, el cuerpo, Nefertiti y la
perfección, el diseño que nos recrea..., y poder sentirnos orgullosos al ver ese esplendor. ¡Touché!
Luego viene el regreso a casa, pero quien realmente regresa es la estatua en la que nos convertimos nada más atravesar el umbral, la misma que opta por sentarse en el
sofá a verlas venir, haciendo ruido con las ideas, que no son más que chatarra, mientras aquellas utopías...., aquellas alas con las que íbamos a volar..., todas y cada una siguen colgadas en el perchero de la entrada. Hemos
salido sólo para desfilar ante los demás, pero quienes regresan al hogar no somos nosotros, sino nuestros fantasmas. Se levanta el homínido
y se sienta la criatura, el resultado, la estadística.
Hoy es un viernes de minué, cuando la política ensucia la vida y los sueños.
1 Comentarios
Me parece tan bonito, que nos dibujes un mundo, repleto de pequeñas cosas…siempre lo haces con tus relatos
ResponderEliminar¡Me encanta!