EL PRÓXIMO DESAFÍO

 

Estudio de pintura 


En los túneles siguen retumbando las voces de reinas, militares, republicanos, bardos y brujos, y de los protagonistas de cada una de las leyendas. El subsuelo  representa lo que se tapó y se sigue tapando. Pasadizos secretos, refugios, prisiones, arsenales de armas, archivos, y hasta una farmacia, el comercio más antiguo de Madrid, creado por un alquimista veneciano que abastecía a la Casa Real y al que acudía Isabel de Farnesio por un pasadizo secreto por miedo a ser envenenada. La capital consta de más de cuatro mil kilómetros de vías subterráneas donde la realidad y la ficción se funden. Sonidos bajo tierra donde el corazón bombea a un ritmo distinto porque ahí debajo se rompen muchas cosas, como la relación entre el espacio y el tiempo, ya que la conexión que se establece en la superficie es diferente. Cuando bajamos a la parte oculta de la ciudad, se caen muchas de las ideas preconcebidas.  En segundos, nos trasladamos al futuro y, por defecto, nos instalamos en un coloso de hormigón tipo blade runner. El futuro de una ciudad es la luz, un haz  alrededor del cual se abrirá un diálogo apasionante  con el que escribiremos el próximo desafío.

He cruzado el semáforo y he buscado un lugar con algo de sombra para evitar esos rayos del sol tan directos que no me dejan ver el horizonte. Estoy detenido a la derecha de una avenida, en zona verde, con el motor en marcha, estudiando el itinerario más sencillo para llegar a la dirección que tengo anotada en un post-it. Voy a una fiesta de cumpleaños que se celebra en el tercero B, izquierda, de la calle Núñez de Balboa, barrio de Salamanca, donde vive Blanca, una asturiana que dice saber quiénes envenenaron a Favila, el rey que sucedió a don Pelayo. Según ella, no murió por el ataque de un oso, como cuentan las crónicas. Le gustan las causas perdidas. Es madre y pintora. Se casó con un "paisano" en la iglesia de Santa Cruz de Cangas de Onís, hasta que un día oyó al marido maldecir de sus padres delante de la niña. Ese mismo día, pidió el divorcio. Cuando está enfadada, murmura en bable. No lo puede evitar. Tiene el rostro tranquilo.



Escudos y blasones

Saludo a Blanca y a Genoveva, la hija. El piso es grande; quizás inmenso para dos personas. Hay a quienes les gustan los palacios para vivir o algo que se les parezca. Un piso tan grande… lo empiezas a limpiar por un rincón y, cuando estás casi acabando la limpieza, han pasado tres días, y tienes que volver a empezar. Me alegro de vivir donde vivo. Ni qué decir tiene que su hija, ya adolescente, abulta bastante, pero no tanto como para irse a vivir a un piso de doscientos metros.  Esa hija, tan joven, siempre me recuerda a una chica que conocí en un viaje en tren desde Albacete a Madrid. Se llamaba Gloria y, cuando me hablaba, miraba hacia arriba. Pero cuando le hablaba yo, me miraba tan intensamente, que metía su ternura en mi pupila y me volvía ciego ante tanta presencia humana. Hay físicos que me recuerdan a esa chica del tren, cuyo nombre suena como la cumbre nevada de una montaña: Gloria.

Voy por el pasillo, de un sitio a otro, saludando a gente que no conozco. Me paro en el salón. Me pongo un café… Esto de celebrar un cumpleaños por la mañana, antes del mediodía, es una moda que no comprendo, porque, o bien es  una fiesta para desocupados, o se trata del típico guateque para señoritos, entre los que hay duques, marqueses, condes, vizcondes, barones, aristócratas… Así que.., o es un acontecimiento formal y elegante para hidalgos..., o ya me dirá..., usted... Y por lo que observo, ninguno de los asistentes tiene que ir a sembrar o a recoger el fruto de la tierra. Muchos, son de esos que van por la vida creyéndose seres inmaculados y sin arrugas, bien porque  no tienen sentido del mal; bien porque han vaciado su conciencia. Yo sé que están aquí porque son clientes de Blanca. La asturiana es tan aguda que, mientras los acaudalados están distraídos y haciendo  el pago con la visa o la american espress, disuelve con aguarrás el importe del cuadro . Así evita que se echen para atrás. Uno de esos lienzos es un paisaje precioso. Me recuerda a la Ribera de Cubas, el sitio donde tengo que regresar cuanto antes para oler a romero, a matorral, a verdad, y pasear por el río Júcar, ver a sus gentes, saludar a mis amigos, y comerme un buen trozo de salchichón casero, entre trago y trago de morapio. Siento nostalgia de la tierra que me da paz. Esos lugares, esos senderos… El paisaje se graba en la memoria de una forma indeleble. Y brota el recuerdo, guardado en el corazón, que deja un murmullo en voz baja tras mi oído, mientras observo el cuadro de Blanca, el otro paisaje, lejano, que venderá por una buena suma de dinero. Me pongo contento cuando un simple objeto me ayuda a recordar la majestuosidad de unos pueblos en los que la vida se asemeja tanto a la que viví en mi infancia. Y más cuando estoy metido en un piso de la calle Núñez de Balboa, donde la plata se convierte en oro, el oro en mirra, y la mirra en incienso, que arde como arde la memoria.

Al rato,  vuelve a aparecer de nuevo  Blanca con un vestido diferente, maquillada a la perfección, y exhibiendo collares y pedrería. La que desfila por toda la casa ahora no es otra que una nefertiti asturiana que siempre supo  quién había envenenado al hijo de don Pelayo. No sé si esta performance está dentro del protocolo o es su manera de hacer negocios para vender lo que pinta. El garbeo es parsimonioso, al ritmo de sus anchas caderas, que mueven  unas posaderas importantes y poderosas. Todo  pensado, diseñado. Nada queda en manos de la improvisación. El dinero no improvisa. Y Blanca tampoco debe hacerlo  si quiere seguir siendo una doña del barrio de Salamanca, porque una burguesa o se convierte en una reina, o es difícil que acepte volver al ruedo y ponerse a fregar escaleras. Su sueño estaba en llegar a la cima para ser coronada como  una pintora en un mundo de hombres. Otras mujeres,  esquivando la suerte, optaron por convertirse en esposas y pasar por la vicaría. Cada cual tiene su librillo.  Ella no quería enlaces, sino vender acuarelas y óleos a todos los ricos, a los gordos, a los poderosos, o a los farsantes que necesitan fabular con objetos inanimados. Y ahí estaba la clave y donde ella entra a jugar su papel, su papelón, ya que es una mujer tan grande como lo es su piso.

Yendo hacia el cuarto de aseo, una y otra vez me pregunto qué hago yo allí, lejos de mis cosas, de mi estética,  de mis palabras, de los seres tan entrañables que conozco y por los que cierro el puño para golpear la mesa, lejos, en definitiva, de ese mundo diminuto que no me gusta compartir casi con nadie. Siendo sincero, debo  decir que prefiero visitarla cuando está sola.


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