LA CIUDAD DESPIERTA

 




Café derramado sobre la mesa


Esta mañana, el amor se ha desparramado por la mesa, ese amor de cuatrocientas noches y cuatrocientos cuerpos, entre Jaime Gil de Biedma y los novísimos, cuando aún hervía y quemaba,  tan cadente, alumbrado por el deseo, que no es una llama, sino un volcán eterno…, de lava, de gratitud…, de tantas cosas… El amor cuando ya no nos queremos demasiado, entre Pandémica y Celeste y tantos recuerdos, con la botella medio vacía, los ceniceros sucios, y mi corazón infiel, que yo te enseño, mientras estamos desnudos de cintura para abajo.

Amor y fuga en una sola carne, vertebrados por el apetito insaciable y maduro de tantos días, y el recuerdo de esa imagen rota en este instante, con las gotas de amor o de café cayendo por los costados de la mesa hasta llegar al suelo, donde reposan los siglos y  habita el olvido, cuando lo único que queda es consumir el dolor entre los barrotes de las horas, que se hacen eternas. Las habitaciones siguen frías y los labios muertos, los mismos que besaron  aquel Revlon  Lustrous 500 rojo carmesí, que ahora quedará como un fugaz reflejo del ayer.  El rojo insultante y bello, que supera la verdad. Y la mejilla, por la que me escapo. Y ahí te quedarás para siempre, a contraluz, conformando una silueta, cuando la ciudad despierta.

De Pandemica y Celeste. Jaime Gil de Biedma

Se ha enfriado el amor, la carne y los sentimientos, y nos hemos llenado de dudas.  Entre nosotros no queda ni una sencilla palabra. Para alejarnos, le damos tiempo al tiempo, que es una forma de irnos sin hacer ruido. El amor es como esa música que se coloca encima de la excitación para herir el alma, que vuela y se posa en los labios como un pájaro. Palabras. Nada más que palabras, cuando ya no queda nada. Y así hasta que llega la noche y se enciende el deseo, desnudos en ese mar tranquilo, y te das media vuelta y sales por la puerta de la habitación sigilosamente  para que no chirríe la distancia, que es un universo que siempre cruje, sobre todo en la noche, en la leyenda,  y yo busco rendijas y callejuelas por las que huir, invadido de emociones y con el dolor incrustado en la piel, herido de rabia y de amor,  a solas, pero con  la llama encendida y el cigarrillo apagado entre los labios.


La piel tiene memoria


Miro por la ventana. Te miro. Veo tu piel borrosa. Hay veces que la vida se reduce a unos instantes. La memoria es selectiva y me enseña algunas imágenes antes de borrarlas definitivamente,  como la de tus muslos haciendo un hueco para conjugar el verbo, al primer suspiro.

Cada vez que me abrazabas, me ponía a soñar. Tú habías quitado las telarañas de  mi vida. Me fascinaba tu seguridad. Y el discurso de tu cuerpo. Recuerdo como si fuera hoy el día que nos encontramos. Tras un abrazo largo, que hablaba por sí solo, el poeta, que es un ladrón de fuego, que diría Rimbaud, en el azul del cielo escribió unos versos con la luz de la mañana, mientras construíamos un nuevo reino  con el deseo.

El amor inmortal, la literatura constante, el trazo,  las formas, y la huella imborrable de aquellos trozos del tiempo, de aquellos escaparates donde fuimos amados, poseídos por un corazón salvaje que no cesaba de tararear una canción, en tanto que las manos, tan inquietas, recorrían una y otra vez nuestros cuerpos, aquellos cuerpos, tu cuerpo, mi piel… Nunca olvidaré aquellos momentos.

Ahora toca andar y mojarme: solo.

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2 Comentarios

  1. Qué grande eres Celín
    Frases poderosas y verdades como puños.... ¡Para enmarcar!
    En dos palabras... ¡Im-prezionante!

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