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Hermosa película de Slumberland de Lighhouse in Storn |
Miro
de reojo mi sueño, ese resplandor que sale del faro que he construido con los días,
con los años…, el armatoste, el proyecto, que soy yo mismo y no otro, porque el
hombre se convierte en su propio sueño. Al final, lo que queda, el resultado,
nos es más que una silueta solitaria en una esquina. Nos hemos pasado la vida
transitando por los sueños para llegar a nosotros mismos.
No
tenemos un sueño; somos un sueño que hemos ido construyendo a cada paso. Para
soñar hay que ejercitarse, porque de lo que se trata es de aprender a ser. Y no
es fácil.
Hoy me
he cambiado de ropa siguiendo el ejemplo de los periódicos, que los domingos
cambian la portada, entre cuyos titulares filtran el miedo para que el gentío
no se alborote más de la cuenta. Los titulares están llenos de ironía. Tienen
el rostro de quienes los encargan, como las monedas. Es encender una cerilla y
salen volando las influencias como murciélagos asustados.
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El Rastro de Madrid |
Es día
de acercarse al Rastro, y pasear por la plaza de Cascorro, la Rivera de
Curtidores…, el barrio de La Latina… Hablamos de un mercado al aire libre, famoso por la venta de
objetos de segunda mano a los que se le da otra oportunidad, y uno de los más
antiguos, ya que sus orígenes se remontan al siglo XV. Pero, ¿por qué se llama El
Rastro? Así lo describió en
1611 Sebastián de Covarrubias: “El lugar donde se matan los carneros… "díxose" Rastro porque los llevan arrastrando, desde el corral a los palos donde los
degüellan, y por el rastro que "dexan" se le dio este nombre al lugar”. Ir
los domingos y adentrarse en el corazón de la capital es una tradición y un placer, pero en realidad
está abierto todos los días del año puesto que es una de las zonas comerciales más
dinámicas. El Rastro está abierto en cualquier momento y lo mismo sirve
para que podamos compranos unas botas de montaña..., una camisa, que tomarnos un cocido en dos vuelcos en Malacatín, o una ración de caracoles en
Casa Amadeo, y escuchar el eco de la voz
de su dueño cuando decía: ꟷ”Moja y no me seas pagano”. Rincones que nos trasladan a un
pasado que ya no existe, entre lo castizo y lo antiguo, que no viejo, y un olor
a verdad que se pasea por delante de la pituitaria sin que podamos dar marcha
atrás.
Muchos convierten la almohada en una
oficina. Más que soñar, planifican la semana. Sueñan despiertos, mientras los ángeles
duermen, porque desconocen que somos los arquitectos de nosotros mismos en este
viaje sin retorno. Una obra que llevamos
a cabo en secreto y en libertad. Podemos ponernos de pie, respirar y asegurar
que somos el resultado final de un sueño, los arquitectos del faro que nos ha guiado por los mares y que nos ha traído
hasta aquí, con la edad, con las arrugas, junto al calor de la inteligencia y
la satisfacción de haber navegado por un dibujo que hicimos cuando éramos niños
y ver que, al final, ese sueño se ha cumplido.
El viaje es memoria, noches, postales en
sepia, sombras, una belleza solitaria, una luz que alumbra de nuevo lo desconocido, unos labios eternos que siempre nos encuentran…, y un rincón, éste,
donde recordar. Eso es magia. En un libro meto la magia para leerla de nuevo en
cuanto lo necesito.
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Tucker, el hombre y su sueño |
El día no ha hecho más que empezar y ya
me está poniendo delante todos los suplementos posibles, entre los que se
encuentran los magacines y las pastillas, además de traerme las gafas y una
camisa gruesa y de cuadros para abrigarme del tiempo, no del cambio de la hora,
sino del tiempo, del que han hecho un programa de televisión. Y un pañuelo para
el cuello. Si tengo caliente la garganta, la palabra sale con fluidez. La
palabra escondida, barroca, que ha
estado toda la noche pendiente de la hora para ver cuándo le tocaba salir al
ruedo sin que se quemara en la lumbre, porque hace un día de encender la lumbre
y hacerles un “sinpa” a las eléctricas, tan insolidarias.
El taxi se pasea por las calles y la realidad
también, mientras el sol se esconde entre las nubes para volver a desafiar a Napoleón
e iluminar esas pinturas de Goya en las que los caballos permanecen estáticos
y las figuras miran para otro lado huyendo de una realidad muy ruidosa pero
sin palabras. Ése es el pronóstico y lo que nos espera, la abstracción en toda
regla, la miniatura verbal y contemporánea con la que nos cruzamos a diario en
cada superficie y que define esa actualidad
silenciosa a pesar del guirigay y el alboroto, que sólo hace una pausa para el
anuncio publicitario, tras el zaping, que es un recurso para ir a pescar a
otros mares pero que al final fracasa porque el pescado es todo el mismo,
excepto cuando cae un mero o una película un tanto desconocida, no rara, pero sí oculta
entre la gran obra de un gran autor, lo cual se agradece, porque hoy, con el mando en la
mano, intentando nadar a contracorriente, me he topado con Tucker, un hombre y su sueño (1988), en la que Preston Tucker es un ambicioso conspirador con un nuevo
sueño: producir los mejores automóviles jamás fabricados. Una película dirigida
por Francis Ford Coppola en la que el factor nostalgia es lo que hace que esta película sea lo que es. Esto sucedía cuando nada era imposible. Se construyeron 51 coches de los cuales aún
existen 47. Uno de ellos es propiedad de Coppola.
Quito la pausa y me siento de nuevo. Nada
más sentarme, regresa la calma y los
resultados de la edad convertidos ya en un sueño, en un viejo dibujo que hice
cuando era niño y que fue el proyecto de toda mi vida. Aquí está el reloj, el
lapicero, la chispa, el compás, la libretilla donde escribí El Cuento del Tío
Cosme..., la sierra de La Tagardilla, donde respiré aire puro, y el corazón de
todos los personajes. Miro, te miro, y hasta allí fui en busca del tiempo. Es
lo que se hace cuando se escribe.
1 Comentarios
¡Buenísimo!
ResponderEliminarSoñar…ejercitarse…aprender a SER…
Y sobre todo, me encanta, que sigas siendo ese niño que hizo en un dibujo, el proyecto de toda tu vida.
Ahh y también haría el “sinpa” a las eléctricas … jajaja, tan insolidarias.