LA TRAMA DIARIA

 


Horizontes históricos


Vuelven las aves rapaces. El alma sigue sucia y la camisa también. Y la mirada dañina que se posa sobre el diferente. Esquemas de ese juguete roto, que se ha quedado sin pilas. Los funcionarios venden ética, cuando no  galbana. Un día de estos veremos a cuatro robots atendiéndonos en las ventanillas municipales. La lluvia limpia la atmósfera y se lleva al rutina. Entretanto, Edmundo ahoga sus penas en una copa de wiski y coca cola, escondido tras una planta grande y decorativa que hay en la barra, hasta que, antes de salir a la calle, consiga beberse la tercera. Después, cuando salga a la calle, irá tambaleándose de un lado a otro de la acera como se tambalea su vida.

Entre la trama diaria se esconde el truhan y el lisonjero, así como el miserable. La vida en un ¡ay! Al fondo, los servicios, la “toilette” para  afrancesados,  donde Matías apura la colilla de su puro Reig mientras micciona y mira por la ventana que da al patio de luces donde retumba la voz de la vecina  del segundo, Marieta,  que llama a la del primero, en tanto que ésta tiende la ropa, que también es una cosa que define mucho. La chica del primero se llama Marina y tiene el turno de tarde en el Mercadona, a media jornada. Desde que dio a luz al segundo de sus hijos, que fue una niña, Natividad, comenzó a coger peso y le cuesta mucho perder algún kilo. Pero no por ello deja de arreglarse cada vez que pisa la calle. Alguna que otra mañana, cuando su marido está en el trabajo, su hija en el colegio y su hijo mayor en el instituto, a solas, se desnuda frente al espejo de la habitación y se mira detenidamente. Ella se siente hermosa, atractiva, algo que no ve su marido, que apenas si le hace caso. Hay días que tiene delirios eróticos con un compañero de trabajo, que se ha divorciado hace poco, y con el que habla  en el trabajo, de donde sale una conversación bastante fluida, en la que ambos intercalan algún que otro secretillo,  de alcoba y de los otros, incluso hay veces que se cuentan sus sueños, pero sobre todo aquello que en realidad les gustaría hacer en la vida, como ser  libres…, y volar, que  es  la aspiración de todo ser humano.





Árboles solitarios

La mañana viene acompañada de agua. Las calles se han convertido en un desfile de paraguas bajo los que refugiarse. En la esquina de la calle “Nomeacuerdo” con “Nomecunde”, se han detenido Josefina, Eloisa y Martina, que aproxima hacia su pierna izquierda el carrito de la compra, tan lleno de rutina como lo lleva,  para evitar que se moje.  Al aproximarse, han formado una especie de círculo en el que sobresalen los paraguas, que ahora, tan cercanos, aparentan  una flor de loto como en Los paraguas de Cherburgo.

En una de las mesas del bar, Paco lee el periódico. Los periódicos siempre invitaron a mucha gente inquieta a darse un garbeo por la actualidad de España y a informarse de los detalles que imprimían los rotativos. El periodismo ejercitó a muchos ciudadanos en el arte de ojear y de estar al día de la actualidad, porque los periodistas de entonces eran escritores emocionales que utilizaban la herramienta de la escritura para que siguiéramos viviendo en paz y no pegándonos tiros todos los días. Eran unos románticos. Antes solía leerse en los cafés, incluso algunos camareros te aconsejaban la columna interesante del día y  el nombre del periódico. Hoy, entre los amaneceres silenciosos y la dieta, la publicidad, las televisiones y las redes sociales, el gentío ha ido perfilando su locura  y ha dejado  las azoteas abiertas, por donde ha entrado el fracaso. Hemos fracasado como seres humanos y ese muñeco ha caído por el acantilado como cae una colilla al suelo. Ya no nos miramos cuando andamos por las calles, ni nos saludamos, ni nos detenemos ante la belleza, ni nos paramos ante un pobre de solemnidad, ni nos preocupa si  los pajarillos duermen en el momento de amenazarlos  con nuestros comportamientos ruidosos y escatológicos… Ha vuelto la moda del pormihuevismo, que es otra cobardía más, cuando no otra insensatez, que convierte al hombre en una miniatura sin peana, sin traje, sin bragas, sin bondad.


Hojas caídas 

La vida con sus rebajas y la luna que  hace las noches  más bonitas y más cortas. Ladra un perro. Sale espantado un gato. Ambos buscando sensacionalismo, tan de moda hoy en día, sobre todo en la prensa amarilla, falaz y británica, líder del reportaje sobre algún “don nadie” con gafas negras y el chándal blanco, más la cadena de oro, el cordón umbilical colgando del cuello como si fuera una medalla conseguida en los Juegos Olímpicos de París, el oro y las gafas negras como expresión del pescado que nos venden, que huele nada más echarlo en el carrito de la compra, la artimaña del viejo mundo, la ganga y el truco del almendruco, todo bajo la luz de acero de la luna blanca, que hace de vigilante y de espejo cuando estamos solos ante el peligro, cuyo contenido se  distribuye por ese frasco que conformamos nosotros mismos: vida y obra.


Publicar un comentario

1 Comentarios

  1. ¡Impresionante y buenísimo!
    Totalmente de acuerdo en todo.
    Ojalá te publicaran todo lo que escribes ….volveríamos al periódico de antes.

    ResponderEliminar