UNAS VACACIONES EN ENELLO; una aldea invisible

 

 


La aldea de Enello 


 

Este verano he pasado las vacaciones en una aldea invisible de la España vaciada. Nada más llegar, me alquilé una casa rural que hacía chaflán, pegada a la Biblioteca. Y ya se sabe: vivir en una casa con chaflán es como estar en el hogar de un bizco. En los días que llevo en Enello, he echado por la ventana el narcisismo.  Y mi alma…, la he dejado secándose  en una higuera, junto al río. En cuanto a los egos…, al enterarme de que incineraban a los muertos rociándolos con vanidad, que arde como la pólvora, los vendí todos en un puesto del mercadillo de los lunes. En cuanto a lo del sepelio... La verdad, solo con pensar en  Ramona subida en un barril de cerveza vacío y cantando una saeta…, no lo veía. Tampoco me veía en la típica fotografía junto a la placa que conmemora la visita de Josep Broz a Enello, aunque siempre me gusta recordarlo, porque lo que sí sé  es que Tito, por aquellas fechas del año 1937, estuvo reclutando voluntarios en Morata de Tajuña y que, al terminar, comió con Ballesteros en la tasca de Hermenegildo, y que éste, al ver la cara del yugoslavo ante la ración de caracoles, le dijo: ─”Moja y no me seas pagano”.

El otro día,  por la tarde, me acerqué a la biblioteca y en la parte superior, donde casi nadie sube porque a la literatura de hoy no le van las alturas, hallé El arte de los pájaros, de Pablo Neruda, del que a menudo renegaba Borges, como adjuró de Carlos Gardel, cuando dijo: ─ “¡No me gusta Gardel porque vino a adecentar el tango!”. También encontré Los elementos del desastre, de Álvaro Mutis, un poemario donde aparece por primera vez el personaje de Maqroll el Gaviero. Al rato, se acercó Jesús y me aseguró que, de seguir buscando, podría encontrarme con Lucrecia y Antón, los dos duendes que viven en el desván, y a los que Lilí, el hada, un día les regaló la luna y el sol, y se pusieron a saltar como si fueran de goma.




Carro en un descampado en las afueras


Bajando las escaleras, en el rellano, Jesús me confesó que era amigo de José Noja, un especialista en “elficología”  (vamos, un “duendólogo”),  que en una ocasión le aseguró que en el Retiro de Madrid hay un duende que se coló en los jardines durante el reinado de Felipe V y que, hasta el momento, nadie ha conseguido capturarlo, aunque sí congelarlo en el tiempo, una odisea que se llevó a cabo en el 1985.

Cuando llevaba más de una semana de vacaciones, Isabela, ese amor que no se derrite jamás, me llamó el sábado a las mil para decirme que, llegaría a Enello, el domingo sobre las doce. Y que si quedábamos donde siempre…, que si patatín…, que si patatán… Para que no siguiera con la rumba, le dije que por supuesto: que sí.

 Al día siguiente, nada más levantarme y poner la radio, comenzaron las  noticias y …,  la huelga general que se había venido anunciando, estaba teniendo lugar en todo el territorio. Y en Enelllo también se notaba, y bastante. Me asomé por la ventana… Las calles estaban desiertas, el silencio a sus anchas…, los móviles no funcionaban…, el kiosco de la ONCE cerrado…, también el de la DOCE… Y me dije: ─ “¿Y ahora…?”. Había quedado con Isabela en el puente romano, que es lo mismo que decir “lejísimos”… Así que…, una de dos, o me ponía en marcha, o no llegaría a la cita. Cuando mi cabeza era una coctelera a punto de explotar…, en un alarde de flexibilidad y acrobacia, alcancé la cisterna, me metí dentro y, con coraje y esfuerzo, logré tirar de la cadena: ¡Chumff! Mirando al tubo que desembocaba en la taza del váter, aquello parecía un documental del National Geographic en el que una serpiente se traga a un conejo. Fue llegar al hall de las alcantarillas y el portero me dijo: ─”Hay que pagar”. Saqué la calderilla que llevaba y… Al instante, vino con un plano de las cloacas y una linterna. 



Alcantarillas de la aldea invisible


He de decir que el desfile de excrementos era muy uniforme. La mayoría eran cagarrutas de régimen especial o de dieta. Muy cerca había un grupo de gallinas que no cesaban de saltar sobre las lombrices y cuantos bichos pululaban por allí. Junto a ellas, los ratones tomaban café Kopi Luwak en cáscaras de huevo. En la siguiente esquina, no me quedó otra que esquivar una partida de mus y volver al desfile, que continuaba: abría paso un jabalí sobre cuyo lomo jugaban un partido de rugby las moscas del Oclan Club contra las avispas del Bartow Moving, al que habían acudido las chinches y pulgas de todas las tuberías. ¡Todo un espectáculo! Pero no podía quedarme. Isabela me esperaba y debía continuar. Cada alcantarilla era una representación en miniatura de la sociedad que nos había tocado vivir: igual me encontraba con una barby de Pronovias que con Paco Clavel, el de Iznatoraf, Jaén, promocionando el aceite de oliva. Ofertas, gangas… Pero no podía perder ni un segundo. Además aún me quedaba un buen tramo y quizás algunas dificultades: ya fuera un desnivel, una rampa de aquí te espero… Incluso algún despiste… ¡Vete tú a saber! Es más, una de las veces, sin darme cuenta, me metí en un pasadizo muy oscuro, tenebroso, perturbador, diría yo… Entonces, alargué la zancada hasta alcanzar el último recodo, donde, al girar, me topé con unas velas gigantes que iluminaban la estancia, coqueta y diminuta, convertida en un plató donde en breve se iba a rodar una secuencia de Barry Lindon, que terminaría en un dramático duelo de esgrima. ¡Touché! En seguida comprendí que tenía que salir cuanto antes o quedaría absorbido por la ficción… o por la locura. ¡Quién sabe! Fue salir y… Allí estaba puntual Isabela, bellísima, la Silvana Mangano de Enello sentada junto a aquellas piedras llenas de historia, mientras se escuchaba el repicar de campanas, al conocerse que la huelga había terminado.

 Es lo que tiene pasar unos días en una aldea invisible: todo es diferente, si bien sucede bajo el mismo cielo.

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