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Krzysztof Kieslowski |
Hablar de Krzysztof
Kieslowski es aludir a un paisaje que roza la perfección. Nacido en Varsovia el
27 de junio de 1947, falleció el 13 de marzo de 1996 a causa de un infarto de
miocardio, una vez que había anunciado que ya no haría más películas y cuando todo
el mundo esperaba ansiosamente que se retractara.
De familia humilde,
estudió en la Escuela de Cine y Teatro de Lódz e inició su carrera haciendo
documentales, ya que, por aquella época, pensaba que el único cine válido era
el documental, cuya finalidad era retratar la realidad de la Polonia comunista
y la de los sentimientos de aquellos seres humanos que estaban en las últimas.
Así lo contaba Joanna Bardzinska, coordinadora de ese libro titulado “La doble
vida de Krzysztof Kieslowski”, publicado en 2015.
Ganó casi todos los
premios de la industria cinematográfica, ya fuera el Oso de Plata de Berlín (1994), el Premio Especial
del Jurado en San Sebastián (1988), el León de Oro en Venecia (1993)… Quizás
estos datos, en algún momento, se nos puedan olvidar, pero lo que no olvidaremos
jamás será el impecable y complejo tratamiento que le daba a sus historias,
sobre todo a ese Decálogo compuesto de diez episodios basados en los diez
mandamientos en el que cuestionaba la moral y la ética a través de situaciones
cotidianas. Y aunque no se consideraba creyente, una vez afirmó: ꟷ”No creo en Dios, pero mantengo una buena relación con Él”.
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Krzysztof Kieslowski rodaje de Tres colores (1994) |
Adentrarnos en el bosque cinematográfico del cineasta polaco es penetrar en el existencialismo en estado puro y en el cine con mayúsculas. Hablamos de Trabajadores (1971), Fabryka, El refrán, Curriculum vitae, No End (Sin final, 1984), El azar, Decálogo, la doble vida de Verónica, No matarás, No amarás…, y Tres colores: AZUL, BLANCO Y ROJO, la trilogía, que, coincidiendo con el aniversario de su muerte, reestrena estos días Wanda Films en los cines de Madrid y Barcelona, donde el autor reflexionaba sobre los valores de la Revolución Francesa, relacionándolos con los colores de esa bandera: libertad para el azul, igualdad para el blanco y fraternidad para el rojo.
Su muerte prematura nos
robó a uno de los grandes visionarios de ese cine de preguntas sin respuesta,
de personajes marcados por el destino donde esta presente la contradicción y
esas emociones que siempre se imponen a la razón. No sé quién dijo que Kieslowski
lo que quería “era salvar al ser humano”. Pero como dijo Louis Malle “lo que
antes debemos saber es que no hay ningún paraíso donde huir”. Estamos ante un
director de talla mundial, un poeta
visual y metafísico del cine que, incluso a veces, despreciaba su trabajo y su
talento. Admirado por Stanley Kubrick, que decía que “el talento de Kieslowski
residía en su capacidad de escenificar ideas en vez de verbalizarlas”, y con un cine lleno de referencias a Hitchcock e
influencias de Bresson…, lo viene a ofrecernos el cineasta polaco es un cine
realizado en espacios cotidianos en los que la gente se congrega y hace su vida
diaria aun teniendo ideas distintas los unos y los otros. Es el momento preciso
en el que, a esa gente, no le queda otra que aprender a estar juntos ya sea en los transportes
públicos, los cines, las cafeterías, en las calles… En realidad es una búsqueda
formal para representar la realidad más allá de la ideología. Es un cine de
arte y ensayo con una impronta visual muy diferente de lo que hasta ese momento
se había visto en la pantalla, ya fuera de la mano de Tarkovski, Antonioni,
Bergman… De ahí que hubiese división entre el público y la crítica.
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Tres colores: Blanco |
No matarás marca el triunfo del
cineasta polaco con los filtros de los colores, llegando a utilizar tonos ocre
para realzar el neorrealismo de las primeras secuencias, es decir, en esos
primeros quince minutos en los que conocemos a los trágicos protagonistas cuyos
destinos se cruzan, sin saberlo, en un bar de Varsovia: Janek (Miroslaw Baka),
un punk que deambula esperando espantar a algún burgués a la primera
oportunidad y Taksówkarz (Jan Tesarz) un taxista resentido y misántropo. Y el
tercero, Piotr (Krysztof Globisz), un joven abogado, que recibirá un golpe
difícil de digerir. Un film sobre el asesinato y contra la pena de muerte, con
una de las elipsis más largas del cine. Y algo parecido pasa con No
amarás o también en La doble vida de Verónica, que fue
la primera producción internacional donde nos muestra una gran sensibilidad
femenina y un sentimiento de melancolía que va en aumento cuando introduce la
música de un compositor ficticio (Van del Budenmeyer). Y así hasta que llegamos
a la añorada trilogía Azul (1993), en la que sigue a Julie, esposa del famoso compositor Patrice de
Courcy, el cual muere junto a la hija de ambos en un accidente. Blanco
(1994), una comedia negra rodada en Polonia y Francia, que es una obra
algo menos sólida. Y Rojo (1994), una
película magistral, con una gran interpretación de Irène Jacob y en la que
Kieslowski tiñe de rojo los interiores, los filtros de luz, los coches, la ropa
de Valentine, para mostrar cómo la protagonista trata de controlar el mundo, donde
el director echa mano de un estilismo casi insuperable.
En Azul hay secuencias
memorables , como aquella en la que el azucarillo se derrite en el café durante
cinco segundos o el desgarro de la mano de Juliette Binoche al rozarla contra
una pared. Al parecer, en el primer caso, el equipo se empleó a fondo para
conseguir ese récord y, en el segundo caso, a la actriz francesa la habían
preparado una mano de cera, pero ella prefirió hacerla al natural. Es un filme
en el que Kieslowski sobrevuela sobre la búsqueda de la soledad, ese momento de
la vida en el que uno se queda solo de verdad.
En seguida, la película se convirtió en una obra de culto
y lanzó a la popularidad a Juliette.
Además en este filme aparece una imagen que nada tiene que ver con la
trama, que se repite en las otras dos películas. Es algo quizás simbólico… Una
anciana intenta tirar una botella en un contenedor de vidrio. En Azul, en concreto, la anciana no alcanza
la boca del contenedor. En Blanco, la
mujer logra colocar la botella en la ranura, pero no logra empujarla dentro. Y en Rojo, en cambio, Valentine ayuda a la anciana, que logra su propósito, en una referencia
a la fraternidad como motor de la esperanza.
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No matarás (1988) |
No sé pero, cuando vi Azul.., tuve la sensación de que en la película los sentimientos eran como una prisión. También la memoria. En ella hay dos elementos alegóricos relevantes: la música y el agua. La primera, representada en la composición que sobre la Unificación Europea deja inconclusa el que hace de marido de Julie Binoche en la película. La segunda…. La protagonista en la piscina… El agua como liberación, como símbolo de limpieza, que borra manchas…, quizás del alma.
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Tres colores: Azul |
En su día, hubo quienes acusaron a la película de asentar las bases de lo que luego sería el europuddings, o sea, películas sin una escritura fílmica concreta, capaces de borra el carácter regional de cada una de aquellas otras películas que hasta entonces había logrado éxitos tanto en Francia, en Suecia, así como en Polonia, Alemania… Estaban más preocupados por la recaudación que de la belleza o de la sordidez. El público, aseguraban, no estaba acostumbrado a la pobreza y al miedo, y menos aún cuando son mostrados de manera tan cruda… Lo cierto es que Julie se siente sola y se solidariza con Lucille, su vecina, con quien hace buenas migas, aunque para el resto de vecinos no es más que una puta. La chica siempre deja la puerta y, por todo aquello que representa, encarna perfectamente la disidencia, la rebeldía, la marginalidad…, siempre frente a la doble moral y a la hipocresía social. Aquí podríamos destacar un plano subjetivo en el que el espectador puede adivinar al fondo de la puerta de Lucille un afiche de Edith Piaf, que era el icono de la Chanson Française, y que en este caso concreto que nos ocupa viene a ser el emblema de la desconformidad frente al sistema. Decía Kieslowski que “amar es un sentimiento hermoso, pero cuando amamos pasamos a depender del ser amado. Todos sentimos el amor de la misma manera, y el dolor, los celos, el odio o el miedo a la muerte…, a muchas cosas. Un hombre profundamente creyente tiene el mismo dolor de muelas que un descreído, y lo que yo intento explicar es ese dolor de muelas y que todos me entiendan”.
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Tres colores: Rojo |
Tras el rodaje de Azul,
dijo: ꟷ” Siempre hay alguien que nos observa: si no son los diarios,
son los vecinos, la familia, los seres queridos, los amigos, gente conocida o
incluso gente desconocida en la calle, pero, al mismo tiempo, en cada uno de
nosotros, hay algo parecido a un barómetro… Tengo muy claro el límite de lo que
debo hacer y trato de no hacerlo, aunque a veces no lo haga”.
Para la realización de
la trilogía, los productores de Tres colores pidieron ayuda a “Euroimages”,
cuyos gestores aprobaron por unanimidad una subvención considerable. “Para la
UE la película se convirtió en una especie de embajadora de lo que entonces
quería ser Europa, un continente unido y solidario, donde tuvieran cabida los
ideales de la Revolución Francesa”, afirmó el cineasta polaco en una
entrevista. Más adelante, añade: “De hecho, es significativo el esfuerzo que
realiza la anciana para tirar el vidrio, alguien que tiene más pasado que
futuro y a quien, sin embargo, le preocupa la herencia que les vamos a dejar a
nuestros hijos y nietos”.
Ahora, pasado el tiempo,
veinte años después, podríamos preguntarnos… ¿Por qué esta trilogía, por qué
Azul, Blanco y Rojo…? La repuesta no puede ser otra que la de recordarnos que
tal vez lo que necesitamos de verdad es
cine, no películas. Lo que necesitamos realmente es un espacio común donde
haya argumentos únicos, donde la miseria y la belleza vayan de la mano porque
no pueden vivir indiferentes la una de la otra. Lo que necesitamos,
sinceramente, quizás sea otro cineasta taiwanés Edward Yang, cine sin cinismo,
un Béla Tarr o un Michael Haneke, o quizás un Ken Loach que sepa mirar con ternura
a las clases desfavorecidas…o, por qué no, los hermanos Dardenne, un cine
sensible, algo que se le parezca al cine contemporáneo, que es lo que nos
vendría a decir de manera rotunda Kieslowski, un cineasta que “parecía tener
siempre un control casi divino sobre la realidad y que sabía que su tiempo se
había acabado”, como llegó a afirmar Manel Carrasco.
Su cine oscilaba entre
la ética y la estética, y siempre iba sobre gente con la conciencia clara y las manos limpias
que no tenía ninguna posibilidad en este mundo.
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