LA TRISTEZA RESBALA POR LOS CRISTALES


Gotas de lluvia sobre los cristales


Vuelve el presente, que suele ser un experimento de la clase dominante sobre los derechos y libertades donde no caben las sutilezas. Solo la lluvia trae algo de calma.  El autobús se detiene. He llegado a mi destino. Durante unos instantes, me he quedado sobre la acera mirando al horizonte, que es una puerta sin llave. Detrás de mí hay una ciudad donde se ha escondido la arrogancia. Los espacios que observo me parecen fríos, sin la calidez de mi mundo interior, en casa. La rama de un árbol cubre la fechoría como un borrón en la hoja en la que escribo. Las cuatro palabras que importaban se han desplomado, incapaces de mantenerse firmes, cayendo al suelo rendidas. La mañana vuelve a poner las manos en la cotidianidad, intentando no ensuciarla. El cielo necesita una mano de pintura para que se puedan ver las estrellas esta noche y las ilustraciones de los pintores, que todavía siguen pintando este cielo imperial y barroco, con tal de que los cuadros tengan buena acogida en Christie´s o Shoteby´s, de ahí que estos artistas se obsesionen con rematar a la perfección las extremidades superiores de sus personajes, sobre todo esas manos, tan tenebrosas, que estén limpias, y que los fondos tengan la pigmentación adecuada, un cuadro que represente, al menos, la verdad, si es que esta se puede llegar a representar, mientras el silencio va paseándose por el lienzo como si estuviera protegido por un cristal indestructible.



Suspiros de España


 Aquí dentro, me hallo rodeado de esa calidez que infunde serenidad. Estoy muy entretenido con un dibujo que empecé a carboncillo. Y voy aprovechando la tenue luz para plasmar la lucha verbal entre los personajes, que cada vez se va haciendo más patente, y más intensa, sobre todo cuando la conversación se torna violenta, y no hay más que insultos y monosílabos…, todo en grises, siempre tan tercos, tan difíciles de conseguir… Y el lapicero que empieza a negarse a entrar en ese lodazal, aunque reconoce conmigo que un dibujo sin grises o sin el negro no se puede sostener de pie. Así que, explicado el asunto, el lapicero y yo hemos decidido tirar por el camino de en medio. He dividido la lámina en cuatro partes, le he dado unas cuantas sombras frotando con un algodoncillo donde he visto que era necesario y, después de hacer una mueca como que aquello no quedaba mal del todo, que me gustaba lo que salía…, me he sacado el lapicero de la boca, porque, durante ese instante de reflexión y aquiescencia, tenía la punta del lapicero metida en la boca, y entonces, he añadido una figurilla con alas, he hecho un agujero en todo el medio del papel con la punta del lápiz, y a continuación he pinchado la hoja en el corcho que tengo en la pared, donde también pincho los recados que me quedan pendientes, y me he quedado tan pancho. Por definirlo de alguna manera, he convertido la pintura en un arrebato. Pero era necesario. Y pretendo dejarla ahí pinchada en el corcho por un tiempo hasta que se convierta en pura sensatez.

El mundo es manipulado por la leyenda. No se cree en la verdad, sino en la leyenda. Se hace más flashback en la vida que en el cine, ese paso atrás que huele a rancio. Hoy se seduce con cualquier banalidad. Y en cuanto el dinero entra en vena, se lleva la miseria a un laboratorio, que nos tizna los dedos y el corazón del color de la avaricia.


The Irish Rover (zona Cuzco). Madrid

Comienza marzo y el cielo pasa del rococó al hiperrealismo, huyendo de ese color tostado  de los billetes de cincuenta, y se vuelve clásico para aparentar ser algo más decente, cuando ya se ha votado monarquía, aunque al final las monarquías se quedarán en el Rey de Bastos, el de Oros, Copas o Espadas, sin olvidarnos de Suspiros de España, la canción de Estrellita Castro, y del jamón, que es la única realidad. Lo otro es un luto eterno  y el rosario. No salimos del pozo que cavó la Inquisición. Y si sacamos agua, sigue sabiendo a plomo. Y si llenamos el pilón, salen ranas, que se multiplican, y croan sin cesar, cantando las falsas creencias desde un altar destartalado como se canta el Gordo de Navidad, pero  es lo que le gusta al gentío. Marinero de luces, que dice la canción, y ese barco velero cargado de sueños que dejó el silencio clavado en la arena, color del albero,  tan parecido al color de los billetes de cincuenta de la Unión Europea, por el que se zarandean los cuerpos para después ponerlos a secar en el purgatorio .

Por delante de nuestros ojos pasa todo cuanto se lleva la lluvia calle abajo, por donde también baja el rencor camino de las alcantarillas, que es donde realmente  se oculta la otra ciudad, como en Los Miserables de Victor Hugo, el hogar de los marginados,  los príncipes de la calle, repleto de  desagües o, si se les quiere llamar despectivamente, de cloacas, que siguen sin limpiarse a pesar del siglo XXI y de la democracia, tan antigua, y por donde la lluvia se está llevando hacia la tierra de nadie la honestidad. Marzo y sus onomásticas, más unas cuantas comidas y cenas para festejar el botín, el tesoro de Alí Babá, oculto bajo ese cielo gris por el que se pasea la libertad en constante desafío, con las nubes muy revueltas, tanto que no están para bromas. Vuelve a llover. Me encantan esos momentos en los que la vida retrata la belleza de los vínculos. Cuando llueve, se juntan muchos vínculos, a pesar de todo. La lluvia sabe muy bien cómo hacerle burla al rufián y al verdugo, que los ha levantado de la mesa sin tiempo a apurar el wiski y recoger la propina que habían dejado en el plato, raudos a la reunión, a pesar del aguacero, donde trocear la moral, como cada tarde. Pero no todos tienen prisa o urgencias, y tras la comilona, una vez que han pagado en cash y en “negro”, se levantan de la mesa a cámara lenta, salen del restaurante y se suman a la juerga, que está a la vuelta de la esquina, uno de esos “pre-party” en los que se degustan licores de marca sin necesidad de pasar por el corsé de la coctelería con solera, porque igual, de pronto, aparece un intelectual con una académica de la lengua que Dominguín con Ava Gardner, como aparecían en los viejos tiempos  por el Museo Chicote, atendidos por Perico, el barman, para más señas, que servía un Manhattan imposible de superar (Buñuel llegó a decir de Chicote que era la Capilla Sixtina del Martini).


Welkhone (zona Colón). Madrid

 El tardeo o el flirteo con nuestra propia imagen y con la de los demás, esa hora canalla que se prolonga después de las comidas o que empieza con un aperitivo antes de cenar. “Nada, un vinito y un canapé para abrir boca”, se argumenta. O ni lo uno ni lo otro. Pero la apuesta tiene que ser atractiva y el ambiente desenfadado, sin olvidar la buena música. Bares, pubs, terrazas, azoteas con vistas al “skyline” madrileño, “beach clubs” urbanos…, sin agobios, sin hora… Unos buscan un entorno simpático y verbenero; otros, los incurables nostálgicos de discoteca, escudriñan el territorio hasta dar con un bareto-auditorio en el que zambullirse en esa atmósfera troglodita que crean las luces LED y de algodón. Soul-funk, jazz, Rhythm and blues… Música de los 70, 80… Y llega el Dj, Kily, un ruso que les saca una sonrisa, mientras pasan de mano en mano los platos con pinchos de tortilla y croquetas, el picoteo cañí…, acompañados de un vermú. Todo de un bocado, de un trago…, sin servilletas de papel, sin detener el ritmo, ni las miradas, ni los cuerpos… Tras ingerir el lunch, vuelven a respirar. De un brinco, invaden de nuevo la pista de baile, haciendo del local un templo a la diversión, hasta que les toca ir al baño… Pero en la toilette hay lleno hasta la bandera, incluido el pasillo, porque el servicio es la antesala de todos los vicios, sobre todo con ese tipo de fauna que lleva ya unas cuantas horas saltando de un etílico a otro, de una fiesta a otra, puerta con puerta, o en el mismo barrio, a una manzana, donde antes, por cierto, se celebraba el botellón, que ha decaído, ya que los chicos se han hecho mayores y prefieren una sala cool, un espacio diferente y fabuloso en el que sentirse renovados. Se bebe mucho. De ahí que la cola para entrar a los lavabos continúe. Entretanto, detenidos en el interminable pasillo o apoyados contra la pared, los asistentes aguantan la demora exhibiendo una sonrisa eterna. La imagen importa muchísimo. Es la clave para la conquista. Sin ella no hay oferta ni demanda. También importa la música, que sigue sonando, cargada de decibelios. Hits pop, música electrónica o “fresh dance”… Cada garito con sus sonidos, con su mezcla perfecta, sin importar si llueve o no, convencidos de que, con un vodka en la mano y esa melodía que les hace volar, están conquistando la ciudad, pero, por el momento, la ciudad la ha conquistado la lluvia.

 

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2 Comentarios

  1. Me encanta que la naturaleza siempre está ahí en tus escritos y con esas frases maravillosas que la colorean.
    Gracias, gracias, gracias.
    Pd: ¿pintamos ese cielo o miramos al horizonte… que es una puerta sin llave?
    ¡Impresionante!

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