VUELVE LA NOTICIA

La tragedia griega
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Con la escritura intentamos poner distancia con muchas cosas, pero no siempre lo conseguimos. Es difícil escribir todo el tiempo en mayúsculas, subrayando esto o aquello. La realidad es tan brutal, que nos destroza cualquier idea preconcebida. Y es ahí cuando la palabra también puede ser deshonesta. Para llegar  a la verdad hay que estar cerca, muy cerca, y sentir hasta el aliento del relato y de sus protagonistas. No sirve con estar a solas y narrar. Hay que saber limpiar el camino de cada una de las letras que no vamos a usar para que el resto siga su curso y lleguen hasta el final. Esa decisión es todo un desafío.

Vuelve la noticia y,  con ella, la desinformación y el macaneo. La noticia llena de cachivaches para que no decaiga la fiesta, acompañada de un coro de palmeros, vestidos de domingo y abanicándose con el dinero extra. La palabra en el aire, la verdad ensuciada, y cada uno a lo suyo. El runrún no va a arreglar el mundo. Nadie va a arreglar nada. Todo son parches para que la rueda siga girando. La rueda de la memoria, que trae el  miedo y se lleva la paz que había dentro de cada uno de nosotros. Las promesas que se esfuman y ya no vuelven. El recuerdo de tus ojos verdes que jamás vieron los ecologistas, que arden en las hogueras del fanatismo, entre Cañas y barro y el Tío Paloma. Nostalgia y angustia de aquellos tiempos, por si me preguntan, mientras huyo de estos tiempos tan tramposos, llenos de impostores, y de la propia realidad, tan patética.


La Albufera de Valencia

El tiempo es un borrador infalible. Las tormentas, el terremoto, los volcanes, las filomenas, la dana…, en seguida pasan de las urgencias a la UVI y de ahí al olvido. El sentimentalismo dura una semana. Y los rezos, otra. La realidad se queda congelada en el tiempo sin que nadie le haga caso aunque huela a podrido, mientras las soluciones van pasando de  largo porque no están dentro del repertorio de actuaciones previstas. La realidad, el otro invento con el que hacer y deshacer, la fórmula para manipular las estadísticas y que brille el cachondeo, puesto que la acción no se lleva demasiado bien con el pensamiento.

Creíamos saber  todo y no sabemos nada. Y lo único que queda es la sabiduría de la calle, de la gente curtida en las trincheras, en el trabajo, en la paz oscura, en la tristeza más triste, en la dureza de la vida, pero que se levanta cada día a trabajar y a poner en pie un país, lejos del rojerío, de los descerebrados o del cinismo y la hipocresía, de la derecha y de la izquierda, de los piojos del sistema, de los que utilizan el barro para dar lástima o hacerse una foto, imágenes tan repugnantes que reviven los viejos esquemas, que, escondidos entre el hígado y el alma,  todavía existen, aunque sea “tan callando”, que diría Jorge Manrique, con la dignidad por los suelos y las televisiones posándose sobre el dolor a la hora de desayunar, la sopa de picadillo en las comidas y, en la cena, metidos como lobos en la oscuridad de la noche para mantener la audiencia y, de paso, sus sueldazos en nombre de la miseria, mientras huele a amarillismo, a reality show…, a un Gran Hermano en toda regla a base de asar el dolor en la parrilla televisiva. Es el periodismo de las cifras y el dinero. Para mantenerlo vale cualquier cosa.


La realidad de la vida

7 días y 7 noches, que bien podría ser el título de una película de 1998, dirigida por Iván Reitman,  con Harrison Ford y Anne Heche, o la crónica de un desastre, cuando se intenta recuperar la normalidad. Termina una canción y empieza otra, entre el Himno de La Comunidad Valenciana y una negra cantando jazz en Savannah, Georgia, celebrando que ha ganado las elecciones presidenciales de EE. UU un león con  garras, que cubre su tupé y su locura con una gorra roja, así como el asalto al Capitolio y a la verdad, quitándose de en medio a una "niña bien" que tampoco estaba dispuesta a desmantelar Guantánamo ni el Imperio, líder de los demócratas y los culturetas, impacientes ambos por echarle el guante al negocio de las armas y de la guerra, también a la crisis, que les importa menos, o muy poco, al cambio climático, que les importa nada, mientras ambos gladiadores o púgiles iban generando una histeria colectiva entre los ciudadanos  por conseguir la victoria. Gana un loco y se va un cuerdo, o pierde un ciego y viene un tuerto.  O lo otro: sale un cojo y entra un manco. Y  así podríamos seguir ya que ninguno de los dos es un noble ni un romántico, por lo que hemos de pensar  y saber que vamos a tener que seguir viviendo en la selva o en el “sálvese quien pueda” porque no van a venir a limpiar nada, sino que a lo que van a venir, dicho con propiedad, es a limpiarnos a nosotros mismos,  por decirlo suavemente, que es como mejor entra todo, suave, ya sea un potito de Nutribén  o un supositorio de glicerina, por no decir que ésa es la manera que han utilizado hasta ahora para ir metiéndonos todo, ya fuera el engaño, la humillación o la mentira. Vuelve la tragedia, y no solo la griega. Y todos los días hay función.

 

 

 

 

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