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Casa de madera en el bosque (invierno) |
El otro día volvió a nevar. Los viejos copos de nieve empezaron a caer sobre la tierra a cámara lenta y muy de mañana como si se tratara de aquel viejo maná que caía al principio de los días sobre la leyenda. La vida, bien temprano, se vistió de blanco y seda, igual que Eva Perón, que se vestía de Christian Dior. La Flaca solía hablarle a su peluquero. Y también a los descamisados. A estos les decía: ──”Yo les dejo mi corazón”. Y esa gente humilde, recién se fue, comenzó a darse cuenta de que la echaban de menos.
La nieve es tan necesaria como el mito, esa memoria colectiva de un pueblo o, dicho de otro modo, el hilo que explica la historia de un pueblo. La nieve cae y borra las huellas; también el tiempo pasado.
En la llanura hay un ciervo detenido, observando. No muy lejos, el humo grisáceo de la chimenea, en su camino a la eternidad, no cesa de imitar el vapor de una de aquellas locomotoras de la época victoriana. Pero lo que se escucha no es el pitido del tren o el sonido de una rama cuando se troncha ante el peso de la nieve caída sobre el pino, no, lo que se escucha es el silencio, la sinfonía de la verdad, que invade el valle.
De pronto, todo ese ambiente misterioso, es interrumpido por la algarabía de un grupo de grullas, que, fieles a su rutina migratoria, abandonan el Báltico. Los graznidos suenan como trompetas. Es el sonido de la naturaleza. Las aves viajan sin fronteras, sin pasaporte, y regalándole a nuestra mirada un bello espectáculo. Anuncian, que el invierno está al caer, como suele decirse, mientras vuelan hacia África o quizás a otro destino, más al sur de Europa. Dentro de unos meses, asomará por todos los rincones ese verde poderoso invadiendo las siembras. Exuberantes juncos, hierbajos y amapolas, y la luz saldrá por todas las partes, por donde echemos, por donde miremos… Y ahí volverá a nacer el sueño, los sueños…, tan necesarios para llevar el peso de los siglos. Es lo que tiene la nieve: cuando se marcha, con ella se lleva al miedo y lo escancia sobre los ríos, y estos sobre los mares… y el miedo navega sin rumbo, perdido, temeroso de la voluntad de los hombres.
La nieve es el traje que se pone la tierra, finísimo, elegantísimo, entre Dior, Armani e Ives Saint Laurent, con esa secreta belleza que adquiere cuando es iluminado por el sol, que lo magnifica, lo hace inmenso, gigante, casi un santuario de la propia belleza, a pocos días o pocas horas de que estemos cadi en Navidad, con la paga extra ya en el bolsillo desde hace días, lo que le quita acidez a la vida y le da algo de compostura a la edad, la misma que tantas veces vio nevar, y reír con las bolas de la nieve, con el juego, en las infancias del ayer, sin miedo…, al contrario, esperanzados, muy esperanzados, y repletos de sueños, con cualquier chisme, con cualquier idea o proyecto, con una simple lectura... Cuando nevaba, delante de nuestras mocosas narices, se abría un jardín, blanco y extenso, interminable, por donde corría Belcebú, un pastor alemán que criamos aquel año con la leche en polvo que nos daban en las escuelas nacionales y que se parecía muchísimo al perro del Cuento del Tío Cosme, que era una historia que nos contaba don José Antonio, el maestro, en las escuelas de la calle Pascual Faura, sólo cuando nevaba. Si nevaba, había cuento. Y si no… Quedaba la imaginación y alguna novela de Enig Blynton. Y un bocadillo de "sein" (1) con azúcar.
(1) “sein”: la pringue o el unto.
1 Comentarios
Qué bonito escribes …
ResponderEliminar¡Me encanta!