Lluvia y charcos en la calle |
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El mundo sigue lleno de envoltorios, envases, velos, banderas…, trapos… con los que ocultar la manipulación de las conciencias. Un regalito…, un papel de colores, un lazo…, y la tarjeta que se derrite cuando la pasan por el datáfono. Un partido de fútbol…, y hay que suscribirse a una plataforma. O sea, dinero. Y a la noche, no salen los búhos, sino las luces navideñas, que se posan en la nostalgia, horas y horas pescando a la intemperie, hasta conseguir que los viandantes se vayan a su casa más pelados que una zambomba, inculcándoles el consumo innecesario. La otra opción es quedarse al rescoldo del brasero, entre brasas y literatura, que es cuando la palabra se hace tan nítida como un diamante al declarar el amor; fuera, hay mucho desenfoque.
El mundo necesita un fresco de la muchedumbre, formado por miles de personas unidas, de pie, y tocándole los cojones al sistema. Los de las poltronas no pueden estar jugando a los dados con nuestro destino, ayudados por la burocracia. No se diseña la manga del jersey o de la camisa, la caída del pantalón o los pliegues de la blusa, sino que se hacen patrones de las mentes para dirigirlas al abismo, mientras los ciudadanos andan pegados al móvil y la cultura se va cayendo al suelo. Luego pasan los del ayuntamiento y barren los trozos junto con los papeles, chicles, cigarrillos... Es la gente a granel, sin definir..., la lamina humana convertida en un lienzo puntillista..., los colores puros yuxtapuestos o entremezclados que engañan al ojo, nuestro ojo.
Me gustan más esos personajes que caminan envueltos en un halo de melancolía, como si tuvieran una existencia cubierta de purpurina, flotando en los espacios, invadidos de sueños, en plena renovación, mientras le hacen burla a la cara pálida de la luna o de la vida, sin necesidad de echar mano de Pink Floyd.
La mañana se ha ido metiendo en aguas. El mar esculpe las rocas con las olas y nos exige que aprendamos a agarrarnos a la naturaleza, porque el mar también es la libertad. El agua trae la música y se lleva las palabras para que las escuchen otros seres vivos, pero sobre todo la mente humana, que se vacía muy rápido, y hay que volverla a llenar urgentemente, aunque sea de sirenas, de viajes a Ítaca, para que no deje de cabalgar por los mares ni por la tierra mojada, ni por las calles entre la llovizna..., porque todas nos están llamando con sus guiños, tan delicados como traviesos. Hay que seguir conversando con el agua, con el mar, para que no se evapore el olor perfumado que tiene la libertad.
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