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Oficina rústica. Mueble antiguo |
La agenda de estos días ha sido quedarme en casa, que es como pasar unos días en la cárcel pero sin grilletes y sin tener que salir al patio a fumar con los otros presos. Salir a la calle rejuvenece, por eso a las estatuas las ponían en los parques para que se les tersara la piel. Ahora las esculturas son un amasijo de hierros, plásticos de colores o meninas gigantes, pura contradicción, porque si intentas meter a un gigante en las Meninas, no cabe, a menos que no se quite de en medio el propio pintor, el perro y la Infanta Margarita. Esas esculturas de hoy en día se cotizan por metro cuadrado, a tanto el palmo, de ahí esas dimensiones tan desorbitadas. Cuando las observamos, la propia contemplación nos arrastra hasta la época, convertidos en bufones, porque de siempre nos gustó mucho eso de la transgresión, ser otros siendo los mismos.
Me resulta bastante cómodo quedarme en casa parte del día, sobre todo para evitar esos paraísos llenos de cisnes, patos y tontos, que siempre están en la cuarta dimensión, que no en la cuarta pared. Hay que salir con la mitad de nosotros y dejar la otra mitad en casa. Lo más conveniente es que, a poder ser, se quede en casa la más sensata de las dos. En estos días tan señalados, se impone salir a dar una vuelta. Eso sí, por mitades: hoy una y mañana la otra. Es la única manera de poner a buen recaudo lo auténtico que quede de nosotros, porque, al convivir con otros, el simple roce hace que uno se vuelva algo diabólico o algo gilipollas, que es una palabra que le gusta mucho a Arturo Pérez-Reverte. Por eso las águilas planean sobre los cielos silenciosas y en solitario. Intentan imitarlas los del club del parapente, pero rápidamente quedan al descubierto con tantos colorines como llevan y esas ropas del Decathlon, más la cara de ave, y no la del Avecrem, sino la de la “avería” que van a tener como deje de soplar el viento. El viento aviva la hoguera, la de asar la panceta y la de los Altos Hornos, donde se curtieron los proletarios, el sindicalismo y Nicolás Redondo, el hombre de Baracaldo, el líder histórico que se enfrentó a Felipe González. Pero aquello quedó como una balada del oeste, como un spaghetti western donde a nadie le temblaba el pulso a la hora de disparar.
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Parapente en los Alpes suizos. |
Quedarme en mi casa es otra huida, quizás hacia adelante, porque para atrás no sé caminar, ni tan siquiera en broma, imitando a los crustáceos. Al final, la vida y el presente se unen bajo la luz del flexo y sale una prosa muy aterciopelada, como gratitud. Cuando salgo, vuelvo enemistado con la mitad de mi ser y desplumado, porque todavía no he aprendido a sujetar al verbo tener, de tal modo que ni tan siquiera sé cómo se conjuga. Y, al hurgar en los bolsillos, me gusta decir “tengo, tango”, que es lo mismo que decir que regreso más pelado que el respaldo de un violín, con la hucha vacía, y que lo único que queda es la experiencia vivida, la biografía, lo que uno siente cuando camina hacia ninguna parte, pero camina, porque lo importante es el viaje, ya que mientras viajas, vives, sueñas, sufres…, y tiras todos los complejos al suelo, y sientes un chute interior tan humano que no quieres regresar a ningún sitio, ni tan siquiera a ti mismo y coger la otra mitad, porque así, solo, partido en dos, eres capaz de comerte el mundo, aunque lo que realmente sucede es que aún estoy desayunando.
3 Comentarios
Bonito
ResponderEliminarAbsolutamente cierto
ResponderEliminarMuy bueno.
ResponderEliminarMuy encanta eso de salir la mitad de nosotros… ¡me lo apunto!