THE BRUTALIST: UNA PELÍCULA ENORME


The brutalist (2024)

                                       

Esta monumental sinfonía comienza cuando László Tóth, un arquitecto de la escuela Bauhaus y superviviente de los campos de concentración nazi, interpretado de manera magistral por Adrien Brody, que hace el papel de su vida, llega a Estados Unidos. Filmada en VistaVision  (70 mm.) y con una duración de 215 minutos, la película  ha sido dirigida por Brady Corbet, un  actor de 36 años metido a director, que ha creado una película del futuro con técnicas del pasado, ya que la película pesa unos 136 kilos. Pero cualquiera que esté familiarizado con sus trabajos anteriores (La infancia de un líder, Vos Lux), rápidamente reconocerá sus propuestas formales, unas credenciales que aparecen en seguida por esa fascinación que tiene el autor por las relaciones que se dan entre algunos traumas y la cultura. Y es aquí, llegados a este punto de inflexión, cuando el director se pone serio, también fetichista, y comienza a contarnos la vida privada del protagonista sin poder ignorar la forma en la que los seres humanos hemos ido moldeando el mundo al movernos por él, sin que en ningún instante podamos separarnos  de la historia, del mismo modo que un artista no se puede separar de su obra, como sucede en este filme, cuya parte del metraje se centra en un edificio y en el hormigón, la materia prima.



El director de 'The Brutalist', Brady Corbet, bromea con la estrella Adrien Brody en la alfombra roja de Venecia. 


La película es un poema extenso, con un elevado estilo, que canta las hazañas de su héroe: László Tóth. Una epopeya arrolladora, de principio a fin,  hasta que llegan los créditos finales. El protagonista es un arquitecto húngaro, judío, que huye de Europa para construir una nueva vida en Estados Unidos, una visión del mundo que cambia cuando conoce a un rico hombre de negocios llamado Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce). Una historia con una cinematografía impresionante, donde cada parte está perfectamente articulada a las otras, y una banda sonora que le añade grandeza, si cabe. La película es un acontecimiento como pocas películas lo son en la actualidad. Se nota muchísimo cuando un cineasta aprecia lo que hace y ama el oficio.

La película nos habla del sueño americano. Adrien Brody  le entrega su alma a László. Felicita Jones es Erzsébet, la mujer de este arquitecto, muy creíble  en cada secuencia , y Pearce hace  que en muchos momentos  se nos erice la piel, porque  a  lo largo de la cinta hay una representación perfecta de la avaricia y de la condición humana, de la perversidad, y de la soberbia. Momentos intensos, fascinantes, perturbadores… También tiernos e íntimos. Y un guion impresionante, todo hay que decirlo.  Estamos ante una de las mejores películas del año y ante una obra maestra.

Corbet, su director, que escribió el guion junto con Mona Fastvold, una directora noruega conocida por sus películas dramáticas, nos demuestra claramente que no hacen falta los flashback, ya que se pueden decir muchas cosas  a través de los actores y más si ese actor es Adrien Brody…, un actor que puede hacer un drama con los ojos cerrados, como ya hizo en  El pianista, y que maneja con maestría el acento húngaro, además de saber mantener las emociones a la hora de interpretar a este arquitecto amable, algo loco y obsesionado con algunas ideas.

The Brutalist es una película sobre el dolor: la pérdida de la patria, la familia y de uno mismo. El dolor nos hace más humanos  y mejores personas.  El filme, ayudado por la música de Daniel Blumberg,  comienza con una obertura para, después, pasar a una secuencia en la que una mujer está siendo interrogada en una habitación y, a continuación, la cámara  pasa a la oscuridad de la bodega de un barco. László es despertado por otro pasajero desaliñado. Suben a cubierta y ambos se abrazan, al ver la Estatua de la Libertad.  Coge el autobús de Filadelfia para, a la llegada, instalarse en el almacén de la tienda de muebles a medida de su primo Attila (Alessandro Nivola), que se ha casado con una shiksa (término yidi, sobre en todo polaco, utilizado por los judíos norteamericanos para referirse a una chica que no es judía), una empleada doméstica, llamada Audrey, que ha cambiado su nombre por el de Miller. Mientras László duerme en un almacén y hace cola para recibir la comida, monta unos decorados de oficina, ofreciendo a su primo la posibilidad de que tenga una clientela más exclusiva. Uno de estos nuevos clientes será un rico pálido y adulador que busca sorprender a su padre industrial, Harrison Lee Van Buren (Pearce), con una biblioteca personal renovada. Una cosa lleva a la otra y Harrison le ofrece al arquitecto diseñar un edificio monumental, un centro cultural, en homenaje a su difunta madre. Mientras tanto, László sigue añorando a su esposa, que permanece todavía en el extranjero esperando solucionar unos cuantos trámites burocráticos.





Adrien Brody y Felicity Jones

La película está llena de detalles culturales, referencias históricas, imágenes de archivo, transmisiones de radio…, entre los que se encuentra la creación del estado de Israel, momento en el que la familia hace sonar las cucharas en los cuencos de la sopa, además de subrayar  la gloria de la industria siderúrgica en Pensilvania o de los peligros de la adicción a la heroína. László se hizo  adicto en la época de los cincuenta en los clubes de jazz que frecuentaba. Pero, hemos de decir que,  en esta primera parte, hay algunas cosas algo confusas y que el director, en vez de entrar en ellas, las evita a toda costa. Por el contrario, la segunda parte es más explícita, sobre todo a la hora de abordar el presente, donde vemos una exhibición descomunal de los dos actores principales, ya sea Brody o Pearce, ambos espléndidos, porque nadie  es capaz de arquear el rostro como lo suele hacer Adrien Brody o apretar la mandíbula de tal manera que tengamos la sensación de que su gesto se vuelve cada vez  más amargo. 

La película es fascinante de principio a fin , pero, al estar dividida en dos partes, se nota cómo en la primera parte el director domina con más facilidad la historia y, en la segunda, le cuesta avanzar: ya sea porque hay puntos de la trama que chocan entre sí…,  porque las secuencias son más largas…, o quizás porque esa segunda parte abarca los 30 años de la vida de László en Estados Unidos y no es fácil sumergirse en la existencia humana, en la pasión de cada una de las relaciones…, o  penetrar en el estado de ánimo de un inmigrante que juega su baza dejándose llevar por el sueño americano. Y no digamos si nos referimos al magnate, un personaje que apesta a falso,  mientras vamos viendo cómo se complica la relación entre ambos, y esas pinceladas sobre las diferentes clases sociales, o sobre la angustia… En definitiva, The brutalist es cine lleno de de ideas y de propuestas, expuestas con intensidad y pasión.

 

 

 



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