![]() |
Lifestyle. El lugar apropiado. |
La habitación donde solíamos encontrarnos, olía a tabaco. Olía hasta el tocadiscos, y la música, guardada en aquellas fundas llenas de polvo donde el jazz se escondía de las inclemencias. También había escondidas canciones de cantautores malditos, algunos más poetas que músicos, con poses rarísimas y escasos de talento, aunque supongo que de algo tenían que comer. No me importaba escucharlos con tal de que siguiéramos bailando. Llamo bailar a dar vueltas abrazados. Dábamos vueltas sobre nosotros o sobre la vida porque no sabíamos qué hacer ni dónde ir. En realidad, en aquellos momentos, ninguno de los dos teníamos futuro. Nadie sabía escribir el futuro. Quizás por eso seguíamos juntos. Y porque a mí me atraían sus labios carnosos y su forma de besar, y a ella… Todavía no sabía lo que le atraía de mí. Sólo sé que le hacía reír con mis cosas. Los labios sabían a tabaco rubio. Cuando apagó el cigarrillo en el cenicero y encendió la luz, pude vez otra vez su rostro, difícil de olvidar en tan poco tiempo, y mirar su cabello suelto, tan alborotado o desordenado como la habitación: el libro abierto contra el suelo; los calcetines en la mesilla; las sábanas formando una especie de pirámide; un vaso en la estantería; otro dentro de una maceta, junto al tallo de la planta; un tercero en la mesa de estudio, entre un bote de lapiceros y bolígrafos; una lata de coca cola; un cepillo del pelo; hojas en blanco; apuntes si pasar a limpio; una goma del pelo; una pinza de nácar…, también del pelo; una calculadora; monedas…; una pulsera…, y la taza del desayuno con la cucharilla dentro. Ella necesitaba estudiar, dada la proximidad de los exámenes, pero seguíamos bailando, dando vueltas sobre un enigma, como dos almas que no sabían dónde posarse. Y ante la incertidumbre, volvíamos a besarnos. Cada beso era como una estación en la que teníamos que bajarnos. La próxima. Se oía el pitido, pero ninguno de los dos se bajaba. Queríamos proseguir con el viaje juntos, quizás porque nos gustábamos. Eso creo. Sin más. De alguna manera, aquel viaje era un sueño sobre el que íbamos montados, intentando estar juntos más tiempo, y probarnos, o conocernos mejor… Pero, ¿intentando qué…? No sé… Podríamos decir, ¿eh…?, intentando amar, deslizarnos hasta el interior del otro y quedarnos a vivir ahí. No me viene ahora una manera de definir todo aquello, pero…, puede que amar sea una manera de meterse en todos los escondites del otro. Creo que lo intuíamos y por eso seguíamos unidos, aunque por el momento fuera un secreto que ninguno de los dos se atrevía a rebelar.
De sus
ojos salía una vaga ternura. Yo evitaba mirarla. De vez en cuando ella hinchaba los orificios
nasales. Se sentía segura. Solo llevaba puesto un jersey largo de lana. Había
salido desnuda a abrirme la puerta de su habitación. Era temprano. Antes de ir
a clase. Nada más desayunar. Yo había acudido a su piso para despertarla. Hacía
ya una semana que nos conocíamos, después de encontrarnos en una fiesta de
amigos comunes y terminar en mi casa, a altas horas de la
madrugada, tras intercambiar unas frases, el tuteo, unas risas…, y una mirada. De nuevo la mirada haciendo de las suyas. Nos acercamos, bebimos y nos pusimos
a curiosear en nuestras vidas. La fiesta continuaba y nosotros necesitábamos
volar subidos sobre el deseo. La copa de
champaña, la última que nos dieron en la fiesta, tenía por encima una llama
burbujeante. No nos dio tiempo ni a brindar. Y salimos disparados.
No sé por qué me he acercado esta mañana temprano hasta su piso. Me gusta esta chica, pero no quiero obsesionarme, tampoco ir rápido, ni crearme una necesidad. Prefiero acercarme a ella con cautela. Sin mostrarme distante, pero paso a paso. Quizás ella piense lo mismo. Es hermosa. En cuanto me acerco demasiado, se me olvida que suena la música. Pero lo que realmente suena es el corazón. Los cuerpos buscan fundirse, atrapados en el fuego. La mañana brilla dentro del cuarto, con la persiana a medio bajar. Se está haciendo de día. Poco a poco van entrando algunos rayos de sol que van borrando nuestra soledad, tan jóvenes como somos O he de decir “¿éramos...?”. Estaba naciendo la mañana y un amor sin palabras, incluso sin nombres, en tanto que las manos se iban encandilando y posándose en las partes más hospitalarias de cada cuerpo, de aquellos cuerpos que buscaban repetir la ceremonia del amor, mientras la música seguía sonando. El deseo dibujaba ya círculos rojos y la aguja del tocadiscos círculos invisibles sobre las canciones. Los dos permanecíamos juntos en aquella habitación formando una sola imagen. Ya no éramos dos, sino uno. Entonces, de pronto, la aguja se paró. La habitación se llenó de silencio y de gestos, de latidos que se notaban con el tacto, con la mirada de la piel, sobre la que volvíamos a dibujar unos cuantos garabatos, de nuevo el deseo una semana después, hablándonos de verdad, con la luz de la mañana, que nos obligó a identificarnos y, por fin, nos llamamos por nuestro nombre,
2 Comentarios
Muy bueno
ResponderEliminarQué bonito y emocionante lo que cuentas Celín.
ResponderEliminar“Cada beso una estación…, deslizarse hasta el interior del otro y …, que suene el corazón…”
¡Buenísimo!