EL AIRE DE LA MAÑANA

 

El significado de la llama de una vela


Decía Octavio Paz que de la sexualidad sale una llama azul, la del amor, y otra roja, la del erotismo.  De la sexualidad esperamos demasiado, pero, siendo tan sintomática, porque lo es, siempre estará bajo sospecha. En el encuentro entre esos dos cuerpos, no quedará otra que echar mano de la palabra o de la música para camuflar cualquier duda que surja en el deleite. Por el contrario, el amor, quizás por ser más misterioso, al envolver todo con la parte más sublime, no tiene la necesidad de explicarse: basta con poner la emoción al servicio  de los sentimientos. El amor es el manierismo en la palabra, que impide que triunfe la soledad o el triángulo amoroso, de ahí que  el  enamorado conspire  para poseer al otro; mientras que el erotismo es el invitado que sella el momento.

La mañana trae un aire muy limpio, que hace días que no teníamos. El amor sigue impaciente, ante la curiosidad por saber algo más del otro en este comienzo de año, frío y discreto, a solas  ante los días y vestido  con un manto de yedra, verde y abundante, esperando que llegue la hora para salir con el sigilo con el que sale una pantera que huele a su presa. Salir para unirme al ritmo femenino, que evoca al del cisne, majestuoso,  caótico a veces, y resucita mi admiración. Lo femenino une el alma con el soneto, el olor con el deseo, y la lumbre con la urgencia, con la necesidad de amar a fuego lento hasta terminar socarrado por el latido constante del corazón. Ego amo, tu amas, ille amat… El segundo asalto o el segundo sexo, sin preguntas, solo con gestos, con la carne, aderezada por la pasión, mientras evoco tu nombre. Te nombro cien veces con el olor de la mañana, que huele a mojado, en tanto que afilo el lápiz "Staedtler número 2" de punta fina, la punta o la flecha que me clavaré para que brote la sangre, como todo romántico.

Hoy comienza la aventura semanal, mientras recuerdo a Cèline, al que también oposito. Estoy pensando en poner toda la mala hostia en venta, vender todo de saldo, como aquel que se cansa de frases, de letras, de músicas…  Después, no sólo me quedará apagar el silencio, sino ordenarlo, porque uno sale de un orden para entrar en otro, del mismo modo que sale de una página para entrar en otra, si bien siempre estamos escribiendo la misma novela y haciendo el amor con la misma mujer. Son cosas del invierno. Ya no busco para encontrar, como antes. Veo los sueños perdidos en la profundidad del espejo. Me veo ahora, años atrás,  con aquella camisa de pana fina, azul oscuro, al poco de encontrarme a mí mismo. Es fácil reconocerme. Olía a tabaco. Ya no fumo. Y también olía a secretos. En aquellos tiempos estaba lleno de secretos. Los guardaba como un tesoro literario. Pero ahora sé que ya no los necesito. Prefiero el olor de la tinta, tan poderoso. Y no me asusta desnudarme, como antaño. Voy y vengo de esa imagen interior que me hice un día, después de una tormenta de emociones. Las tormentas siempre dejan encharcado algo. A medida que achicaba el agua, la historia se iba escribiendo sola. Ahora, leo esos renglones tumbado sobre los sueños.

Ante la luz, parpadea el significado de las cosas. Todo es igual y a la vez distinto. Y cada vez me pongo más subjetivo, menos distante con lo que tengo entre manos para que no se me escape el sudor o una lágrima. Me pasa también con los demás: la distancia me pone a salvo de la fiera, de la especie, porque el destino es muy caprichoso y es capaz de emparejarme con la lección 72 del libro de Ciencias Naturales, de cuando el Bachiller Superior: Ecología, de Oikos,  de la segunda declinación en ómicron, la casa, la generación caprichosa que se perdió con las gambas al ajillo y el vermú, y por la debilidad de la carne, aquella que cenaba guisantes con jamón y que, a pesar de la bendición, no encontraba fácilmente la salida al mundo laboral. De ahí que hubiera que estudiar. La sociedad necesitaba hombres con porvenir y los partidos cuadros para gobernar. Muchos fueron los que se apuntaron. Algunos nos quedamos al margen. Teníamos otra aventura en la cabeza: estábamos entre Lord Byron y “Martin Eden” de Jack London. Y había que transitar las calles para seguir con la fiesta, aunque a veces había mucho ruido y era necesario quedarse quieto. Y esa quietud dio como resultado un diario, Trozos/Trazos, diario de un instante, una literatura que mordía como se le daba un bocado a una manzana. El mundo necesita sincerarse y yo también. Y ahí terminó el coqueteo con lo urgente. Luego, me senté a mi vera, a la vera de mi yo, el mismo de ahora, el otro.

 

 

 

 

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1 Comentarios

  1. ¡¡¡Buenísimo!!!., pero yo dejaba de opositar a Cèline jajaja
    Resalto el texto completo… ¡Impresionante!

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