EL ARTE DE ESTAR SOLO

 

Aprender a estar solo. Inés Carbó

La actriz Helen Mirren dijo una vez que “uno de los grandes regalos de envejecer es descubrir el exquisito arte de estar sola. Lo que antes era incómodo silencio, ahora es un lujo. La casa está en paz y puedo bailar en la cocina sin ser juzgada o simplemente no hacer nada. Mi mejor compañía soy yo misma, con un café, una buena película y la libertad de leer, porque la soledad no es ausencia, sino plenitud y paz mental”.

La soledad está en la infancia, en ese castillo que uno se hace, cuando niño, porque la soledad es un sentimiento, no un estado. Podemos estar rodeados de muchas personas y sentirnos solos. Se trata de abrazar el tiempo a solas, pero no por imposición. Estar solo es una elección. Yo no estoy solo, sino que paso el tiempo a solas, que es muy distinto. Y también la única manera de que el deseo de estar solo se convierta en una fiesta. De modo que, conforme amanece, me pongo en pie y empiezo un diálogo continuado con el hombre que va conmigo, con el niño que fui, con la duda, que viene a visitarme de vez en cuando, con el fracaso, del que aprendí a oler la sangre, y con la imagen de hoy, proyectada en el espejo, el que soy, en lo que me he convertido, a donde he llegado… Y me gusto, siento placer al verme, incluso me gusta mi forma de andar, sin miedo, sin girar la cabeza, erguido, sin malas compañías, lejos de un montón de impresentables, que me hacían echar humo y quemarme por dentro.



La mente es maravillosa. 

Adoro mi vida cotidiana y mi intimidad, que preservo como un tesoro, sin impertinentes, sin preguntas, sin nostalgia de nada, pero dispuesto a todo, y distraído, embelesado con mi historia, a lomos de la literatura, de los verbos, tan agradecidos cuando los coloco como corresponde (piacere, signore), escribiendo con respeto de los demás, aquí, junto a la ventana, por donde veo pasar a los santos inocentes en pijama que llevan en la mano una sinopsis mediocre de su vida, un currículo aburrido,  con faltas de ortografía, y el churro metido todavía en el chocolate de la mañana.

La soledad es una habilidad muy valiosa a la que llegamos tras alcanzar una madurez emocional, el delicioso equívoco de quedar todos los días del año con nosotros mismos, sin necesidad de papeles, de matrimonios, o de sociedades limitadas, que es en lo que acaba un matrimonio en la mayoría de los casos. Y el que aguanta es porque está metido en el frigorífico para que no huela.

Tengo resaca social. No quiero ser el redactor del parte clínico de la irracionalidad, tan rentable para la banca, las instituciones y la Iglesia. No quiero ser parte de esa evolución divina, sino estar al lado de las gallinas y de las vacas, de la razón, y no del abismo, mientras veo llover y la imaginación se dispara, y me pongo blando como la mermelada, porque la lluvia moja el pasado y revive las ausencias, y me trae cosas y momentos de cuando entonces, tan tiernos, unos; tan duros, otros… Y las horas se me pasan volando, porque, releyendo lo que fuimos, el tiempo no corre, sino que vuelve, y se sienta a nuestro lado para que nos sintamos como unos caballeros medievales, con armadura y un poema bajo el brazo, mientras construimos al hombre feliz, al ser humano soñador, sin territorio propio, pero sentado donde corresponde: ante uno mismo, sin más.

La soledad nos pone frente a las cavernas del alma, en el interior de la ballena, nuestro interior, ese refugio en el que escondemos lo más privilegiado del mundo, algo de lo que todavía no han hecho una serie. Menos mal. Nosotros, el interior de la tierra, la pura biografía, y el asombro, a medida que nos vamos descubriendo, también aceptando, y vamos haciendo el diario íntimo, el mismo que escribimos cada mañana en compañía del otro, con el que coqueteamos muy a menudo, aunque algunas veces  terminemos a palos. Pero eso no es más que hojaldre u hojarasca, porque debajo está el afecto, esa verdad que navega por ese mundo nuestro y secreto tan lleno de luz.

 

 

 

 

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3 Comentarios

  1. “Con el fracaso, que aprendí a oler la sangre”… buenísima frase y resaltaría muchas más
    ¡Me encanta!

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  2. Me ha encantado, siempre he creído que la soledad es muy dura, pero veo que es según la tomemos.

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  3. Me encanta, como se aprende con el paso de los años y las heridas que vamos teniendo siempre para bien.

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