EL DÍA DE LOS POETAS: PABLO DEL ÁGUILA



Pablo del Águila. Poesía Reunida (1964-1968)

 

Corría el año mil novecientos noventa.  A raíz de un artículo escrito por Félix Grande en el que rescataba para la memoria al poeta granadino Pablo del Águila, que había muerto con 22 años, comencé  mi búsqueda.  Llamé al Ayuntamiento de Granada y me pasaron directamente con el Concejal de Cultura, José Miguel Castillo. Fue muy amable, pero en ese momento tenían problemas con la edición…, o algo por el estilo. Le insistí, no sólo una vez sino varias, trasladándole la importancia que tenía para mí conseguir un libro de aquella edición sobre el poeta. Tomó todos mis datos y me puntualizó: ─”No te aseguro nada, pero lo intentaré”. Yo pensé: ─”Ya está; lo de siempre: cualquier excusa es válida para quitarse un peso  de encima”.
Pasó el tiempo, quizás mucho tiempo, aun así no se me había olvidado ni del libro ni del poeta, si bien ya no estaba pendiente del asunto. Lo había dejado correr. Un día, cuando menos lo esperaba, llegó a mi casa el cartero con un paquete certificado, enviado por la Consejería de Cultura de Granada y, allí, delante de mis narices, estaba el libro: Poesía Reunida; Pablo del Águila (Granada 1946-68). Editorial Silene (1989), con un prólogo de Justo Navarro y un epílogo de Carmelo Sánchez Muros. Mi reseña, la que escribí en la primera página, data concretamente del día dieciocho de junio de 1991. Se me encendió la mirada y el corazón. Estaba ansioso por penetrar en aquellas palabras del Rimbaud andaluz, el Rilke del sur, entrar en los rincones de aquella  poesía, en el testamento literario de aquel muchacho, alto y guapo, que había quemado las etapas del aprendizaje literario a mayor velocidad que los cigarrillos que fumaba sin cesar. Parecía que tuviera miedo de apagarse él mismo. Una voz brillante en la poesía de la posguerra, llena de melancolía y enfrentada a esas puertas que nunca se abren del todo. 
Comienzan a resonar voces como la de Blas de Otero, César Vallejo, Dámaso Alonso, José Hierro…, y así hasta que descubre Blanco Spirituals, en 1967, con Félix Grande en Madrid. Silencio y muerte. Así lo dice Joaquim Sabina, compañero y amigo en la Facultad de Filosofía y Letras: ─”Yo era un chico de Úbeda, hijo de un inspector de policía, que va a Granada a estudiar y se encuentra con un tipo llamado Pablo del Águila y que, ese mismo día, me da a leer Los versos del Capitán, de Neruda, y Poemas humanos, de César Vallejo. Entonces me vuelvo loco, pero absolutamente loco… Cambia mi visión del mundo y de la vida. Además Pablo cantaba y lo hacía bien. Se sabía que era homosexual pero yo nunca le conocí ningún novio ni nada parecido. Era un dandi absoluto. Medía casi dos metros y llevaba una bufanda roja que llegaba al suelo. Pablo, desgraciadamente, se pegó un tiro. Fue en Nochebuena, con toda la familia en la habitación de al lado”.



Pablo del Águila


Su poesía era un aullido para romper los corsés estilísticos de la época. Él seguía remando por el Mediterráneo como lo hicieron sus maestros durante miles de años. Y ya fuera por entretenimiento, en el campo..., en un pasillo, o tomando un café...,   les leía a sus amigos a Marcuse. No  tardó en empezar  a escribir sobre el Agua, el Fuego, el Amor y la Muerte, cumpliendo con cada etapa. Hasta que ésta llega. Dicen que alguien lo había visto llorando por la calle, escondido de la lluvia. Se fue como un arcángel, recitando un poema.
Aquí, a esta hora y por la tarde, andando el camino de las letras, enfocando mi visita al nuevo mundo, que siempre es el mismo, el zorro y viejo mundo, dueño de su propia vida, que desprecia, la misma bagatela por mucho que busquemos la actualidad. Pero me niego a coger un periódico para informarme, porque, en el periodismo de hoy en día, todo son opiniones. Parece una tertulia de un bar. Lo comercial mata al profesional. Y el periodista tiene miedo. Y entonces la verdad muere. Y llega el dinero, que no es un deseo, sino una perversión. Y el dinero compra. Y con el tiempo todo eso trae consecuencias irreversibles y la sociedad se convierte en algo hostil, frío, mecánico (todo se moderniza pero la esencia es la misma), que lo único que produce son consumidores y productores de riqueza. Y la incultura marcando el paso. Y también la miseria, el ruido, la impostura… No deseo pertenecer a esta raza. Quiero ser perro: sabio, contradictorio, sin mitos. Y me da igual lo que dijera Rubén Darío (“divino tesoro”, solía añadir). La raíz de lo civilizado…, el mundo de las ideas… Todo eso, en su día, lo juntamos y lo sumamos, sí, pero tuvimos que esperar siglos a que llegase “En busca del tiempo perdido”, la obra del judío francés, con toda esa poética en un mundo bello y expresivo, para que pudiéramos tener ante nuestros ojos y nos enterásemos de una vez que la teoría del todo o del tiempo es una sucesión de sentimientos, y no una línea continua de acontecimientos encadenados.
Pablo me enseñó a esperar, a insistir a las puertas de Granada, la ciudad del califa, y a saber poner el pie en otra tierra, siendo tan joven, tan poeta..., que el pan, cuando se muerde y hay hambre, es una alegría, y el hueco de la mano también, y echar el brazo por el hombro, pasando estas páginas, mientras escribo pegado a su recuerdo.


 

 

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1 Comentarios

  1. ¡Im-presionarte!
    Me encanta cuando dices, que la teoría del todo o del tiempo es una sucesión de sentimientos, y no una línea continua de acontecimientos encadenados… ¡buenísimo!

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