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El viento en la colina |
Yo tendría veintitantos años cuando cayó en mis manos una obrita de Luis Cernuda titulada Tres narraciones, compuesta por tres relatos: El indolente, El sarao y El viento en la colina. Conocía la obra poética de Cernuda pero no había leído casi nada de su prosa, exceptuando Ocnos o variaciones sobre el tema mexicano. Fue comenzar a leer… Nada más empezar el segundo relato, El viento en la colina, supe que ahí, en esas líneas y en esa historia, había una película. Como siempre, la releí varias veces. Comencé a subrayar con distintos colores: lo que sería la trama, en verde; las partes de donde sacaría los diálogos, en azul...; y en rojo subrayé todo aquello que me serviría para rellenar la narración fílmica con anécdotas, sucesos, momentos… Trabajé y trabajé tantos días y tantas veces sobre “el viento en la colina”…, que llegué a obsesionarme con aquel relato. A pesar de las múltiples opciones que barajaba, ninguna estructura de las elegidas me convencía, ni daba con el “aire adecuado, ni con el "punto de vista" que necesitaba aquella historia . Albanio ya era como mi amigo. Isabela mi musa. Y el viento…, era poderoso, era la línea dramática… Pero ni por ésas. Por aquel entonces, ya tenía pensado quiénes me gustarían que fuesen los protagonistas: Albanio, interpretado por Omero Antonutti; Isabela, por Carme Elías. Y que la dirigiera Víctor Erice. Un año, otro… Dieciséis años después, aún seguía dándole vueltas a El viento en la colina, aunque ya sin la locura y el ahínco de los primeros años. Y si me encontraba con alguien que escribía guiones, le contaba la historia… Al terminar la breve sinopsis, todos ponían cara de haba. Lo cierto es que llegué a contar esa historia tantas veces que, de algún modo, se grabó para siempre en mi memoria.
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Tres narraciones. Seix Barral |
Un buen día, por casualidad, por esas cosas que tiene la vida, me encontré frente a un chico de unos treinta y tantos, guapo, inteligente, con pintas de monje y, ante una cerveza y un zumo de frutas (el novicio no probaba el alcohol), le conté de nuevas esa historia sobre aquel viento que tenía su guarida en la colina y... Fue terminar mi relato y su cara cambió. Y acto seguido, me dijo: -“Esa historia es Tarkovsky”. Era un enamorado del cineasta ruso. Al día siguiente, sin perder más tiempo, comenzamos la tarea. Fueron siete meses de trabajo, de ir conociéndonos, de ir forjando una gran amistad… Raúl, en aquellos momentos, estaba atravesando una mala época, debido a un problema sentimental. El trabajo, nuestras citas, hablar, discutir sobre aspectos puntuales del guion…, todo eso le sirvió a él de terapia y a mí me ofreció la oportunidad de encontrar a un amigo. Quedábamos siempre en el Star, un bar o “pub” de la calle San Vicente Ferrer, número 20. Entre trago y trago y secuencia y secuencia, Raúl me iba poniendo al día de sus amores con aquella chica…
Cuando ya teníamos muy trabajada la historia, los personajes, cada secuencia..., y le habíamos dado unas cuantas vueltas al "tratamiento"..., el guion salió de una tacada. Pero, como sucede muy a menudo, el relato de Luis Cernuda, del que habíamos partido, se había ido convirtiendo en una aventura diferente o se nos había ido de las manos, por así decirlo, y solo quedaban en pie Albanio, Isabela y...., por supuesto, el viento. Como suele decirse en el cine, habíamos echado muchas palomas a volar y el cuento se había ido por otros derroteros, si bien quedaba todo tan poético y creíble como aquel otro del que habíamos partido. Y entonces vinieron los interrogantes: ─”¿Dejamos todo como un guion adaptado, basado en una obra de Luis Cernuda o…, le cambiamos el nombre y que sea un guion original, nuestro…?”. Tras pensarlo unos segundos, la conclusión fue: ─”Si un productor quiere cierto caché para la película y decir que está basada en un relato de Cernuda, el filme se llamará El viento en la colina; si, por el contrario, al productor le da igual, pues será un guion original y lo llamaremos "Camino de la luz “. Y así cerramos el asunto.
Carme Elías |
Mientras “movíamos” el guion y mirábamos las posibilidades de filmarlo, yo hice mis gestiones. Como la obra Tres narraciones de Cernuda (entre las cuales estaba El viento en la colina) había sido publicada por Seix Barral, me puse en contacto con ellos, por si, en un momento, necesitábamos los derechos de autor. Y ellos me dijeron que no tenían nada que ver con el tema, que los derechos de autor tienen una vigencia de setenta años y que, en este caso en concreto, quien llevaba las riendas del asunto era Ángel María Yanguas Cernuda, a la sazón sobrino del poeta, que vivía en Sevilla. Me puse en contacto con él y me dijo: ─“Ah, me parece bien. Envíamelo que lo lea y a partir de ahí ya te diré… Mira, ahora mismo me acaba de llamar también Serrat para ponerle música a unos versos de mi tío…”.
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Carta original de Ángel María Yanguas Cernuda (2001) |
Un mes más tarde, aproximadamente, recibí una carta firmada por el sobrino del poeta en la que, en síntesis, venía a decir: ─”Que la idea le parecía muy atrayente y que, si el proyecto seguía adelante, se estudiarían las condiciones económicas y aquellas que fueran de otra índole con la productora que estuviera interesada”. Y entonces vino la ardua tarea de buscar un productor, ver las posibles ayudas del Ministerio, colaboraciones de las televisiones…, todo ese tinglado. Pero yo… No sé…, personalmente necesitaba un beneplácito sobre aquella historia, algo como un certificado de calidad, de un autor a tener en consideración, admirado y respetable, pues pensaba que nuestra opinión y nuestro trabajo no eran suficientes para embarcarnos en la producción de una película difícil, rompedora con lo que por aquel entonces se estaba haciendo en el cine español y que desgraciadamente se ha venido repitiendo hasta nuestros días, que es lo siguiente: bajo títulos muy sugerentes de nuestra filmografía, lo que se escondían y se esconden son historias anodinas, sin pies ni cabeza, con interpretaciones mediocres, puestas en escenas raquíticas, alejadas de propuestas formales novedosas… Siempre pensé que, tras una gran obra, hay una mente poderosa.
Víctor Erice |
Indagando, logré saber el portal y número de piso en el que vivía Víctor
Erice, después de separarse de Adelaida García Morales, autora de la obra
literaria en la que se basaba El sur
y, por aquel entonces, todavía pareja del cineasta. Con la innegable
colaboración del portero de la finca, por fin logré dejarle una copia para que
el vizcaíno la leyera. El portero en cuestión era algo más que un simple conserje. Al parecer, por aquella finca en la que vivía Erice, se dejaban caer
muchos chavales entusiasmados con la imagen o estudiantes de Imagen y Sonido,
que se acercaban hasta allí para hacerse con los servicios del “mediador”, el
cual interferiría ante el cineasta para que leyera sus guiones. Claro está que,
dependiendo del estipendio que recibía, así era su quehacer o su labor.
Ya me había olvidado… Bueno, no me había olvidado de la historia del
viento, sino que ya no estaba tan pendiente u obsesionado, porque la vida sigue
y… ¡Ring! El teléfono de casa. Y una voz al fondo que pregunta: ─”¿Celín
Cebrián?”. A lo que contesté: ─”Sí, sí, soy yo”. Y al otro lado: ─”Hola, buenas
noches, soy Víctor Erice”. Me temblaban las piernas y el corazón se puso a mil
por hora. Fue magnífico: una hora impagable hablando de cine, del guion, de los
problemas que nos encontraríamos a la hora de filmar… La historia le encantó,
pero él estaba ya en otras cosas, y lo de dirigir… Me dijo que nada más
terminar de leer esa historia, rápidamente le vino a la memoria Víctor
Sjöström, el director sueco; que veía la película en un poderoso blanco y
negro; que sería bueno y conveniente que, salvo los protagonistas, los demás
actores no fueran conocidos, actores buenos pero quizás del teatro… Y, en fin,
no tengo palabras, sólo agradecimiento para tantos y tan buenos consejos.
Víctor es un perfeccionista. Gracias, maestro.
2 Comentarios
Bien
ResponderEliminarQué bueno… muy interesante.
ResponderEliminar¡Me encanta!