LA VERDAD DESNUDA

 


La verdad saliendo del pozo para avergonzar a la Humanidad. Gèrôme.


Por las rendijas del tiempo se cuela un olor a rancio, violento e inquietante, que está hipnotizando a medio mundo. La vida está en manos de cuatro psicópatas, cobardes y desalmados, que se esconden detrás de algunas banderas, representándose a sí mismos.  Ni una gota de sangre saldrá de sus venas. La historia vuelve a repetirse, mientras le vamos haciendo un hueco a la locura hasta que llegue el día en el que, esa chaladura con pintas de novia enamorada,  se meta en nuestras casas. No aprendemos. El cielo, frío y azul, va exhibiendo la herida que traza  en su cúpula la sinrazón. Los campos, a pesar de la lluvia caída, también están tristes como si olieran la tragedia silenciosa que viene.  La paz sigue sin ser rentable.

El brazo derecho que se alza, el puño cerrado que sube, la insignia tatuada en el brazo, las consignas que traen chatarra, y los pájaros que gritan como locos cuando ven cómo avanza la apisonadora convertida en una bola de desescombros, mientras suenan las pisadas de la violencia sobre las calles, sobre la tierra húmeda, con todos los mensajes invadiendo la vida cotidiana y nosotros pendientes de la meteorología, del fin de semana y de la paga, que se reduce a unos cuantos billetes que se marcharán  de mierda cuando comience todo esto. Detesto los símbolos, el  rosario ideológico, la lepra doctrinaria, mientras miro la verdad desnuda de la naturaleza.

Se le ha puesto una alfombra a la palabra necia, dispuesta a todo, a tomar el control de aquello que no le pertenece. La palabra enloquecida en boca de criaturas despreciables que echan fuego como un dragón enfurecido. La luna está violenta y el sol triste. La noche es un trasiego de linternas en busca de la libertad, de nuevo. La libertad por las nubes, cotizando en Bolsa, más cara que nunca, en tanto que la realidad nos va enseñando que nada importa, que en los pucheros hierve el odio, ya de madrugada, para seguir despedazando al títere, que no es otro que el ser humano, tan rentable para ese “quadrivium” de golfos enloquecidos que se pasan por el forro la aritmética, la geometría, la astronomía y la música, mientras brindan con el sabor de la sangre ajena.

Voy andando a un ritmo satánico pensando que hay que enmudecer esas voces flamígeras,  ese mensaje canalla y no dejar que pisen nuestro suelo con sus zapatos manchados de mugre con los que sembrarán la tierra de pisadas  destructivas como si fueran minas antipersona donde no crecerá ni una flor, ni un ramillete verde, ni unas cuantas hojas que bien podrían convertirse en el futuro en un libro... En esa huerta no crecerá la cultura: será una huerta estéril. Y esas pisadas seguirán matando  a los animalillos del subsuelo y haciendo enmudecer  a las aves que otean sus movimientos desde las ramas de los árboles. La paja arde dentro de esas cabezas; arde la bestia, el monstruo de siete cabezas, el engendro al que nosotros le hemos dejado crecer puesto que un espécimen de esta calaña no se desarrolla solo, ni nace por generación espontánea, ya que necesita súbditos, palmeros, al igual que su discurso flamígero, elogiado por millones de atronados que loan su retórica incendiaria, incontrolable, amenazadora, en tanto que la herida supura y sangra, hasta que llegue el instante en el que no será suficiente con poner  una tirita en la llaga. Dicho queda.

 

 


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