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La ropa tendida con paciencia |
El tiempo nos va cayendo encima y nos deja su sombra. Paso la mano y quito el polvo. La mano, al pasar por algunas superficies, se tiñe del color de la derrota. Por eso estoy pensando en ponerme a dibujar otro mundo, un dibujo en el que haya briznas de aire, trazos de luz…, pequeñeces que lleguen hasta nosotros. Algo de aire y un poco de verdad, si no es mucho pedir, que es lo único que nos puede ayudar a entretener a la muerte cuando caminamos por la sombra. Aquellos que prefieren caminar por la acera donde da el sol, argumentan que es la manera de evitar que se desafine un día como el de hoy en el que suenan las campanas y los vecinos se ponen con los quehaceres domésticos en compañía de la música, como mi vecina de enfrente, que siempre tiene en los labios un cantar y en el corazón un instrumento, y que esta mañana no deja de tararear Suspiros de España mientras va poniéndole las pinzas a la ropa en la terraza como si fuera aquella Estrellita Castro del 1938 que interpretaba este pasodoble en la película. Con cada pinza, se multiplican las sensaciones.
La vida se escapa por las puertas y las
ventanas, abiertas durante un rato antes de que se ponga a llover y tenga que
subir de nuevo a la terraza a recoger la ropa en un lío de sábanas, o en un lío
de letras y músicas, que tantos sentimientos dejan colgados en la cuerda de
tender y que agradecen las nubes.
Catherine Deneuve en Los paraguas de Cherburgo (1964) |
El pasado es una antología de lecciones a poner en práctica en el presente. Ninguna de esas enseñanzas está clasificada por orden alfabético. No es que la vida sea corta, sino que nos damos cuenta demasiado tarde de cuáles son las cosas importantes, que casi siempre suelen ser las más simples. Somos una oda a la imperfección, hasta que caemos en la cuenta de que la vida es un horizonte que necesitamos colorear para convertirlo en una nueva atmósfera emocional. A continuación, no queda otra que coger ese trozo de existencia y metérnoslo en el bolsillo. Y llevarlo siempre ahí para tocarlo cuando nos plazca. Las historias hay que tocarlas pero sin dañarlas. No sé si es más grande mi bolsillo o la memoria. Cualquier profano, se hubiera metido dinero en el bolsillo, pero no una historia
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Rosetón de la Catedral de Palma |
Llueve. Las noticias vuelan bajo. La verdad anda escondida entre los matorrales de
la democracia. Dan ganas de empezar a leer el periódico por las necrológicas o
por los anuncios de automóviles. O quizás sea más conveniente dejar el papel
para liar los bocadillos y ponerse a mirar por la ventana y ver el ritual de sonidos y colores que trae
el paisaje, que es un imán que nos atrapa, porque la tierra es el lienzo sobre el que se
puede trazar cualquier emoción.
La utopía nos salva de la
realidad. Y las copas de los árboles nos protegen de la lluvia como si fueran
los Paraguas de Cherburgo, aquella película francesa de 1964 en la que Geneviève y Guy se enamoran, pero en 1957 Guy
es llamado a prestar servicio en Argelia, dejando detrás a Geneviève embarazada
y con el corazón roto. Fue una película que devastó a toda una generación porque venía a decirnos que todo termina en un bello recuerdo con el hay que
vivir. Pero lo que rompe esta mañana la trama es la lluvia, que no se aviene a chantajes, ni quiere que vivamos de recuerdos, sino de ilusiones, por eso se mete en la cúpula hasta donde llegan las gotas del invierno, que
miran fijamente hacia el vacío. Y ahí aparece de nuevo frente a nosotros la utopía,
el rosetón, la vidriera gótica, la esperanza, que es el aliento necesario e
inestimable para seguir con lo nuestro. La esperanza es la nota humana de este
enero de rebajas. Lo otro…, pelillos a la mar. No siempre es acertada la sinopsis de una película con premio.
2 Comentarios
¡Buenísimo!
ResponderEliminar“la vida es un horizonte que necesitamos colorear para convertirlo en una nueva atmósfera emocional”… y no digamos nada con la siguiente frase:
“en los labios un cantar y en el corazón un instrumento…”
¡Impresionante!
Muy bueno!
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