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Gotas de lluvia |
De
buena mañana ha comenzado el concierto de la lluvia (moderato cantábile). Se ha
puesto de moda ir a andar para no ir a ningún sitio, pero no nos da por poner a andar a
la mente, que necesita que le demos algún paseo que otro.
Las
gotas resbalan por los cristales y entran en la intimidad, que es el territorio
de los sentimientos, el desnudo en las formas, por donde las manos discurren
para tocar el oro de los cuerpos, la piel encendida, a veces falsa, más falsa
que una matrícula, mientras ascendemos hasta el fulgor que se detiene en el
pecho para escuchar un solo del corazón: a
piacere. El corazón improvisa y nosotros, rendidos, nos quedamos mirando a
la ventana viendo cómo resbala la lluvia por los cristales, a lo que se suma el vaho que se
va formando con el aliento que sale de nuestro lado salvaje, que es un verdadero
hallazgo.
Sigue
lloviendo. El concierto terminó hace un rato.
Ahora las gotas de lluvia están ensayando Edmond, sobre un texto de Goethe que
habla del sufrimiento de un pueblo. A la
lluvia le gusta el repertorio sinfónico de los autores. Y la capacidad de modular
la melodía para acoplarla a un tiempo. La capacidad de cambio nos ayuda a dar
con lo desconocido de nosotros mismos. Es vestirse para después desnudarse, y
hacerlo por partes, por trozos, en una exhibición lenta para que vayamos asimilando
la belleza que nos trae el día, en la intimidad.
La tinta también se moja con el latido humano, que nos obliga a hacer una escalera de color, de corazones. La tinta escribe un solo como la flauta trina al ver la última carta. Y las nubes se levantan las faldas y los pájaros revolotean en los árboles. Son piropos que echa la mañana. Y entonces al latido se le cae un secreto y lo esconde debajo de la almohada. O debajo de la ciudad, porque el secreto de un latido no cabe en ningún sitio si no es juntándolo con otro latido. La vida en un bis que nos habla de la estima, de buscar una forma de decírselo al otro zapato con el que deseamos caminar a ningún sitio, a ninguna parte, al fin del mundo. Los zapatos que zapatean y los secretos que bailan, y las nubes se levantan, y el chaparrón que cae y el verso endecasílabo que se eriza y se pone lírico, rojo pasión, apasionado y con el acento en la décima sílaba, que dice ´si”, y se endiabla en la última. Ni "sí" ni "no", sino todo lo contrario.
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Cuarta pared. Palais Garnier |
El agua
anuncia un poema y la mañana entra en trance. Todo se parece a una película o a
una novela de premio, con el separador de las páginas oliendo a romanticismo,
como huele esta mañana de enero, que también huele a rebajas, al eslogan de “pague
dos y llévese tres”, porque el público tiene tendencia a meterse en los
chiqueros, no por la música, sino porque le teme al engaño, pero le sigue
gustando el espectáculo, el que organizan los del “atraco” y también el de la
lluvia, y no digamos si hablamos del que suele montar el latido, que no se lo piensa dos veces y
tira por lo derecho, o por lo sano, porque lo de amar no es más que un chico embobado y una chica en la
inopia, que es un estado maravilloso para conseguir cosas en la vida. Y la obra
se representa en el teatro, que es una cosa muy de señoras. Lleno hasta la bandera. Y cuando comienza a
bajar el telón y el entusiasmo se manifiesta en una aplauso cerrado, los
amantes se funden en un abrazo acompañado
de un beso prolongado, sin prisas, ya
que fuera, al igual que hoy, está lloviendo.
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