EL TIEMPO

 

Plácido (Luis García Berlanga, 1961)
  

El mes arranca con frío y nevadas. La Sierra está blanca como la luna y el  tiempo loco de remate. Las candelas iluminan el frío de febrero. La vida y sus ciclos. Y, entre las diosas de la naturaleza, la magia,  los caminos del péndulo,  el espíritu y la verdad. Las temperaturas se imponen. Se hiela hasta el aliento, como si ahí afuera hubiese una lucha de cuchillos.

Pienso en el frío y en los sintecho. Personas sin hogar o en riesgo de exclusión social. También sé que la Iglesia de San Antón, en Hortaleza, estará abierta las 24 horas, como las farmacias, lo que hace que de la conciencia cuelgue un hilo de esperanza. En la iglesia se ofrece cobijo y comida a las personas desfavorecidas.

Son las sombras de la sociedad. Alfa y Omega, o la otra cara de las ciudades: mendigos, vagabundos, marginados o marginales (¿nombre o adjetivo?), comebasuras…,  huéspedes del aire. A la mayoría les han quitado la voz y sólo les queda el llanto y el silencio. Viven donde pueden: bajo un puente, en los cajeros de los bancos, o en cualquier casa construida con plásticos, cartones y un carrito del Mercadona. Sombras de aquí y de allá que deberían incitarnos a la reflexión, porque, si lo pensamos, el único camino que les queda es el de la solidaridad, puesto que  la caridad me parece humillante.

Me viene a la memoria la película Plácido (Luis García Berlanga, 1961) y aquel eslogan de “siente un pobre a su mesa”. Neorrealismo en estado puro, obra del genio de Rafael Azcona, porque lo que realmente hizo Berlanga fue dirigir el tráfico. ¡Esas actrices…, y esos actores…!!! Y entonces no había series de televisión... 

Hoy, seguramente les toque a muchos otra noche a la intemperie. Las noches son gélidas, últimamente. Los sintecho (escríbase todo junto) son una deuda pendiente. Y los albergues, muchas veces, no son suficientes. Están colapsados. Además muchos no quieren ir a los albergues porque aseguran que son cárceles gestionadas por empresas privadas. Y por eso, muchas personas prefieren dormir en la calle. Últimamente, cerca de estos albergues, se han visto banderas de okupas y anarquistas. Se están uniendo para hacer una cadena infinita.

En el puente que une Juan Bravo y Eduardo Dato, concretamente en La Castellana, 42 vivía José Andrés Castro Azalea, que por aquel entonces tenía  53 años. Lo conocí en una de las muchas colas que tuve que hacer en el Registro Mercantil, sobre todo cuando tocaba presentar los “libros de cuentas anuales”. La cola que se formaba era infinita y zigzagueaba entre los edificios como una anaconda. Él, de vez en cuando, se acercaba por allí y pedía cualquier cosa a las personas: dinero, un cigarrillo, algo de conversación… Fueron muchas las veces. Y le tomé aprecio.  Era muy buena gente. Y ahora con tanto frío,  no me puedo imaginar lo que estarán pasando... No avanzamos.

 Bajo aquel puente, vivía rodeado de esculturas de Chillida (La sirena varada), Francisco Sobrino, Martín Chirino, José María Subirachs… Todo un museo al aire libre. De esculturas y de seres humanos. José Andrés, en su día, tenía un negocio con su hermano, mujer y dos hijos. Entró en suspensión de pagos y se rompió su matrimonio. Vivía pendiente de que el Ayuntamiento le concediera una renta mínima. El impacto psicológico que hace en las personas es bestial. Muchos acaban dándose a la bebida o las drogas.

Vivir en la calle, despojados de dignidad y sin saber si mañana amanecerán vivos. La delgada línea roja… La mejor medicina es un abrazo y unas palabras. Un remedio casero efectivo. A veces, la vida, cuando menos te lo esperas, crea una cortina de niebla en el interior de nosotros, mientras el exterior se convierte en un caparazón como el de las tortugas. Muchos se sienten miserables. Y siempre están enojados con la vida, o con ellos mismos…

Quiero viajar a la frágil frontera de la inconsciencia, como Strindberg, y llenarla de árboles y flores silvestres e ir apagando ese dilema moral. No podemos echarle la culpa del caos a las inercias de la vida, a nuestra vida acomodada. Es la historia del desarraigo, de los sueños rotos.

 

 

 

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2 Comentarios

  1. Qué manera tan sutil y bonita, de hablar de los “huéspedes del aire”
    ¡Me encanta!

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