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Olvidar. Morad El Khattouti |
Cuando Roma era el
centro del mundo, se creía que la
memoria estaba en el corazón. Los italianos, a la hora de “olvidar”, utilizan dos verbos distintos: dimenticare (sacar de la mente); scordare (sacar del corazón). Lo que nos
lleva a un juego de opuestos: olvidar, desaprender; recordar, traer del pasado al presente. ¡Cuánta energía!
Aunque no deberíamos olvidar que la energía viene del sol.
En “Alexis o el tratado del inútil combate”, comprobamos que Marguerite Yourcenar frecuentaba y disfrutaba de la forma epistolar como vehículo necesario para mantener vivo el recuerdo, aunque siempre pensó que las palabras escritas era más infieles y desleales que las del lenguaje oral, dado que “cada uno de nosotros tiene su vida particular, única, marcada por un pasado sobre el que no tenemos ningún poder”.
En El libro de los abrazos de Eduardo Galeano, al principio, hay una cita en la que se incluye la etimología del verbo recordar: “del latín re-cordis: volver a pasar por el corazón”. En la antigüedad, algunas comunidades creían que el corazón era el lugar metafórico de la memoria. Recordar con el corazón es jugar con muchos giros y emociones cruzadas, dejando el alma al descubierto, dado que “el amor es incertidumbre y cualquier atisbo de felicidad no es más que inocencia”.
Volviendo a esos dos verbos, podríamos
decir que “dimenticare” es algo más
versátil que “scordare”, debido a que, este último, se usa más en la literatura
o en la poesía, con la intención de “darle
sentido” a esa etimología tan fascinante que tiene: “alejarse del corazón”. En Italia, ambos verbos se usan indistintamente, aunque "scordare" es más fácil encontralo en la zona de Bérgamo, en el centro, quizas más al sur... En español el verbo olvidar es bastante complicado y suele usarse de tres maneras: una transitiva (lo siento, he olvidado la
cartera); otra intransitiva (lo siento, me
he olvidado de la cartera), que nos obliga a utilizar la proposición “de”; y, una tercera y última, la forma intransitiva y
pronominal (lo siento, se me ha
olvidado la cartera), que introduce el “se”, lo que hace que el verbo (ha
olvidado) no concuerde con la persona (“yo”), que está en tercera persona.
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Se me olvido que te olvide. Susana Ivorra |
Llegados aquí, quizás lo más conveniente sea olvidarnos del
asunto, de si es más adecuado utilizar un
verbo u otro, ya que cada uno tiene su propio recorrido: “dimenticare”
suele emplearse de una manera mecánica; en cambio, al utilizar el verbo ”scordare”, tal vez se esté buscando algo más profundo y
emotivo, ya que éste tiene música y en cada una de sus ocho letras van colgados ese puñado de sentimientos perdidos que no cesan de balancearse al ritmo de las pulsaciones y del tiempo, ya que el corazón tiende a desafinar cada dos por tres, de tal manera que es capaz de olvidar hasta nuestro nombre y dejarnos a solas frente a un espejo con esa estampa dramática y bella de las lágrimas
resbalando por el cristal
y por nuestras mejillas, entre el
amor y la rabia, en pleno lamento, con un trozo de hielo apagando el fuego y con otro encendiendo el dolor, hasta hacernos hablar a solas, aunque estemos ardiendo por dentro.
Uno, ama; otro, olvida. Tras las palabras, llega el silencio, que es otro lenguaje, más rotundo, si cabe, el mismo que utilizamos para
borrar el pasado, para borrar los besos, aunque nunca se borran, sobre todo porque los besos se meten entre los huesos como sombras inquietas y se acostumbran a esperar, ya sea contando los días, contando las noches, contando las horas…, o estando pendientes de la luna lunera cascabelera, la misma que ilumina tu hermosura,
tan humana, que se pierde entre la oscuridad, con
la puerta cerrada y donde oigo gritar al
amor. El amor…
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Olvido voluntario. ¿Se puede olvidar queriendo? |
Recuerdos, momentos felices, una bella estampa de hojas caídas en
manos del azar que comienza con un simple guiño, o recogiendo las ascuas que deja la pasión, esa patria llena de acentos, de
detalles, de volcanes en erupción que nos impiden vaciar el corazón y conjugar de nuevo el verbo “scordare”, cuando no ponernos a olvidar para siempre... Me rodeas con tus brazos, y tu mano dibuja círculos en mi cara, y tus ojos
borran mi cuerpo, y nos vamos haciendo adictos a nosotros mismos, también al
vértigo, a la idea de sufrir de nuevo, de volver a sentir, de volver a esperar…, esperar esperándote, ¡hay qué ver…!, y encima te atreves a presentarte con esas ínfulas y tienes la desfachatez de decirme que no te has estudiado los diálogos, y me obligas a que me aprenda el texto deprisa y corriendo de
un papel dificilísimo, tan dramático, incluso tan cruel…, sabiendo que no me gusta nada ese personaje. Pero insistes, vuelves a insistir, y aunque ves que me falta el aliento, que no puedo respirar, en vez de ayudarme y pedir perdón
viendo el sacrificio que estoy haciendo por sacar esto a flote..., coges y no haces nada..., te quedas ahí parado como un pasmarote y me miras de arriba a abajo como si no me conocieras de nada, viendo cómo sufro en escena y…, en vez de decirme algo, te entra la risa tonta... ¡Joder!, ya estoy harto, porque al menos podrías ponerte por un momento en mi piel…, y hacerte responsable de lo que te toca... Pero no.. Y la respuesta es "no" porque te da miedo, porque siempre has sido cobarde, incapaz de
sujetar tus sentimientos, que se te escapaban en medio de un diálogo o sin
venir a cuento y entonces los espectadores de esta obra tan triste y tan
maravillosa a la vez se quedaban asombrados y exclamaban un ¡¡¡ooohhh!!! apoteósico
de pura decepción… Pero no sufras... Tanto yo como el público, estamos acostumbrados a que nos decepciones. Y aun así seguimos creyendo en ti, porque esa
es una de las virtudes de los seres humanos, creer en los demás, dar otra
oportunidad aunque exista la posibilidad
de que te vuelvas a equivocar… Pero no importa. Sólo me queda decirte, por si no lo sabes, que estamos hechos
de equivocaciones. Así que sé valiente por una vez en tu vida y sal de nuevo ahí a escena, pero ahora sin papeles, sin que eches mano de Justa
Mitjana, la apuntadora, para que te refresque el texto, del que te sueles
olvidar con demasiada facilidad, tanto o más como nos olvidas a los demás. Ya no tienes escapatoria. Ha
llegado la hora, tu hora, y tendrás que darlo todo si quieres convencernos de
tu talento y demostrarnos que dentro de ti hay algo de bondad. Da igual el
verbo. La verdad no nececita un verbo, sino unas alas para volar. ¡Arrivederci!
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1 Comentarios
Qué interesante …
ResponderEliminarun ¡¡¡ooohhh!!! apoteósico de pura admiración
¡Buenísimo !