RAINBOW: la historia de un mito




El Rainbow fue  algo más que una amalgama de colores, una simple palabra, un rótulo o un eslogan. Para muchos jóvenes de los 80 hablar de el Rainbow era hablar de muchas cosas, porque no solo nos estamos refiriendo a uno de los pubs  de moda de los muchos que comenzaban a pulular por el pueblo, sino que hablamos de un fenómeno socio-cultural, de una manera de vestir, de pensar, en definitiva, de vivir. El pub estaba situado en un callejón de Casas Ibáñez, en plena Manchuela, un callejón sin nombre, sin salida y perpendicular a la calle Las Cruces (también llamada la calle Las cuatro esquinas), justo enfrente de “los 8 pisos”, otra cacicada de entonces, y donde Ismael Cuesta Gómez, un melómano algo caló, repatriado desde Torrent, donde había trabajado de ebanista, abrió este pub  con sabor a reggae y olor a marihuana, que tuvo que cerrar en el 87. Pero antes del closed hubo muchas historias y experiencias inolvidables.


Ismael Cuesta Gómez

Hagamos un poco de memoria: corría el año 1983. Hacía unos cuantos meses que los socialistas habían ganado las elecciones, tanto a nivel nacional como local, y comenzaba a esbozarse la cultura del pelotazo  y de los chalets adosados. España salía del letargo y en nada, la social democracia de Felipe González, nos metería de lleno  en la OTAN con la ayuda de José María García, tras pasar por el programa de Mercedes Milá  de Jueves a Jueves. Eran tiempos de debate, de programas como La Clave, dirigido por José Luis Balbín, de ilusiones, del “sí” a las autonomías, de movilizaciones contra las centrales nucleares, del auge de las asociaciones culturales, asociaciones de vecinos y universidades populares, donde comenzaban ya a esconderse los de la galbana y los animadores socio-culturales que pintaban de indios a los niños de un barrio en busca de un sueldo. Años de huelgas en  la fábrica Lois, luchas por causas perdidas… El pueblo hervía en un cambio propiciado desde todos los sectores. Y en ese contexto, nació el Rainbow, donde había un futbolín,  que era el motor del garito. Comenzaba la partida… Los defensas, el portero, más tres delanteros en vanguardia…, todos competían al ritmo de aquella música que pinchaba el  boss, o sea, Ismael, (algunas veces, también solía poner música  Isabel, su mujer, o algún colega aleccionado). Un bar en el que se escuchaba mucho vinilo, ya que el compact-disc estaba por llegar. Elepés de los mejores grupos del momento: U2, Sade, The Rollings, Everthing but the girls (LP Edén), la vuelta de Pink Floyd, Deer Purple, Patty Smith, Santana… La música era la religión y los canutos el incienso, el humo que cegaba los ojos y la memoria de toda una generación harta del pingoneo barato y tonto, pues en aquel local se juntaban como por arte de magia tanto los adolescentes de la época como los treintañeros, incluso algunos chiflados y solterones con el alma perdida, que se gastaban menos en ropa que Tarzán, y  que allí encontraron el calor y el lugar idóneo para borrar el miedo a la soledad. Se trataba de bailar, de estar, de asistir a cada instante como si no hubiera otro mañana…, viviendo  intensamente cada minuto.  No había edades,  o diferencias por esto o por aquello. Allí se mezclaban la charla y las ideas, los besos y los licores, el carajillo quemado y bien hecho con las patatas fritas… Era un ambiente mixto, entre la música y los sentimientos, entre la cerveza y la calada al cigarro, un bar con pinta de pub irlandés que tiraba también a unos de esos baretos que pululaban por Saint Germain-des-Prés, en París,  entre Lilí Marlen y el LP Caravanserai de Carlos Santana.


Vitamina Vil

Ir al Rainbow era una obligación o quizás una necesidad, aunque, en aquellos tiempos,  algunos pervertidos espirituales se acercaban hasta el local con cierto recelo, haciendo de detectives,  la mayoría oliendo a maderos de la secreta, a los que se sumaban unos cuantos moralizadores o farsantes que deseaban encontrar el pecado, lo prohibido, la huella de la lujuria más allá de su moral, tan reaccionaria, y para ello tiraban de mentiras, de comentarios malintencionados, cuando no de farra y de un lenguaje tan pegajoso como su gomina, convencidos  de que allí encontrarían un nido de anarquistas, algunos cachorros del Partido Comunista (ya legalizado) o que se toparían con una porosa y sensual orgía en la línea de El Jardín de las Delicias del Bosco en la que apareceríamos todos en pelota viva, con el púcher(1) repartiendo dosis de mogra(2) y farla(3) para espolvorearla por las mesas, las pastis por doquier… y en fin todo esto es lo que suponían que se encontrarían esos cuatro malajes, una cohorte de purilis(4) cada vez que se acercaban al mueblé, segurísimos de que aquella covacha estaría repleta de flipaos, jibionas(5), jipis (6) y julandrones. Pero nada más lejos de la realidad, que verdaderamente era otra.  Y cuantos no conocían el pub, cuando se acercaban por el callejón…, a unos metros…, ya  comenzaban a sentir el calor de aquel ambiente inconfundible. Era entrar y… el sitio se les revelaba fantástico, con aquellas maravillosas melodías  de los ochenta…  Y en seguida pasaban a formar parte de aquella "familia" de chicos y chicas que sólo intentaban pasárselo en grande, sin malos rollos, lejos de la rutina diaria, de las consignas sociales de la época… El Rainbow era cerveza, wiski y rock; música y futbolín; humo y seducción… Aquello olía al paraíso. Era un reino sin trono, sin distinciones, esculpido sobre la amistad y el roce, donde el personal escribía sus sueños con la ceniza del joint sobre la madera de un destartalado futbolín. El recuerdo que me llega ahora mismo, tantos años después, es embriagador. Tengo que decirlo. La fuerza de aquella juventud, el vértigo en la forma que teníamos de vivir…, me llena de palpitaciones. Me cuesta escribir de algo que se ha ido pero que sigue alojado  en la memoria y en todo el medio del corazón. Adoraba aquel refugio de libertad, tan ambiguo, tan incierto, tan real, tan indescifrable…,  hecho de música y de luz, de gente joven con ganas de vivir, gente que quería huir de la realidad acartonada y que se había construido un monumento a sí misma, un templo sagrado donde reír, jugar, amar…  El Rainbow fue la catedral de la amistad que se derrumbó con el ruido de la modernidad.

Ahora, en un descanso de la partida de futbolín, mientras apuramos la cerveza y encendemos los mecheros o los chisques, solo nos queda ya que ponernos manos a la obra y  cantar aquella canción que  le hizo Vitamina Vil a nuestra tierra, echando mano del buen rollismo: “Árida Manchuela, la tierra de mi abuela, rincón del paraíso final… Tu aire me envenena, tu vino me libera…”.  

 (1) púcher: camello o persona que vende drogas

(2) mogra: metátesis de gramo

(3) farla: cocaína

(4) purilis: raro, queer 

(5) jibionas: afeminados

(6) jipis: Hippies 

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4 Comentarios

  1. Ole.... Ole... Los recuerdos. tan necesarios a nuestra edad. Una descripción perfecta de lo que fue en su día un bar distinto a los demás.
    Ah ! ..... y ya ya está bien la producción por hoy.

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  2. Sin conocer Rainbow, lo describes muy bien: “refugio de libertad”
    ¡Buenísimo!

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  3. Fue un local muy importante en nuestras vidas, Celin luego te contaré cosas, podemos ampliar tus escritos de este garito. Cristóbal

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