LA MIRADA DE SIEMPRE



 

Me llamo José. Vivo en una casa con dos puertas y una huerta, junto a la que hay un poste de la telefonía del que salen cuatro cables, cual ramales de la diligencia. Vivo rodeado de cables que se pierden en el horizonte, por donde aparecen los bancos de niebla, que tamizan la eternidad.

Cuando joven, siendo un estudiante del preuniversitario, un miércoles de la primera semana de marzo, la pantalla me regaló los ojos de Nancy, la azafata de vuelo de aquel Boeing 747 en “Aeropuerto 75”, interpretada por Karen Black. Me pasé parte de mi vida buscando esa mirada ambigua, que se había apoderado de mí. Por fin, la encontré una tarde soleada en “Pasodoble”, una tienda de moda de la calle Argensola de Madrid. Corría el año 1989.
Entretanto, la vida continuaba: los estudios, el servicio militar, los trabajos esporádicos, el cine… Eran tiempos de la “Movida Madrileña”. Vivíamos de noche. Cuando no era el amor, era el deseo el que hablaba a través de los cuerpos con ese lenguaje rotundo que se clavaba como un cuchillo. Sin monsergas, sin palabras, sin intermediarios…, ya fuera a orillas de la cama o de la vida, que, a esas horas, como se podía ver a través de los cristales de la ventana de la buhardilla, tenía la costumbre de dibujar sobre el cielo unas cuantas estrellas, momento que yo aprovechaba para embelesarme de nuevo con aquella mirada maravillosa, diferente, bellísima.

La mirada es ese silencio que hay entre dos personas que enciende la luz de nuestro interior, porque una mirada te llama, y se posa en el corazón y te habla: – “Saldré contigo…, mejor dicho, me quedaré contigo y haré cualquier cosa que quieras que haga, sólo si me amas de verdad”.






Publicar un comentario

0 Comentarios